Bernardo Pons
(1946)
Cargo:
Director general de Metalurgia Pons
Lugar de nacimiento:
Alaior (Menorca)
Los otros finalistas:
Fernando Leonardo
Antonio Cordero
Conservo los clientes de la Feria de Colonia de hace 25 años
Nacido en el año 46 en una familia de industriales, Bernardo Pons ha vivido y trabajado toda su vida en Alaior, un pequeño pueblo de Menorca desde el que ha conseguido vender las bisagras que fabrica, a medio mundo. Los que le conocen no saben qué destaca más en él, si su bonhomía o su visión comercial. Seguramente ha sido la suma de las dos virtudes la que le ha hecho finalista del V Premio Txema Elorza a los valores humanos y profesionales en el sector de ferretería y bricolaje.
Bernardo Pons nace en Alaior, Menorca, en el seno de una familia de industriales que habían empezado alrededor de 1914 a fabricar bolsitas de plata, de esas que se utilizaban para que las señoras guardasen sus monedas. La bisutería era entonces una de las industrias claves de Menorca –hoy todavía existe esa industria–.
Poco estudio, mucho trabajo
Su padre fallece cuando Bernardo tiene poco más de un año y queda sólo con su madre, Francisca, que vuelve a casarse de nuevo y le da otros dos hermanos y un padrastro, que se porta como un nuevo padre. La cosa se lleva tan a mano que, por ejemplo, su hija Isabel, se entera de que su abuelo no es el que ella había creído como tal sino un señor que aparecía en un retrato en blanco y negro en uno de los despachos de la fábrica. A pesar de quedarse huérfano de padre, Bernardo reconoce que su infancia fue muy feliz.
Cursa sus primeros estudios en el Colegio La Salle, pero eso no era lo suyo. A trancas y barrancas va pasando cursos, pero cuando acaba el bachillerato elemental se planta y dice que no quiere estudiar más. “A los 14, años después de mucha pelea con la familia, dejé los estudios y empecé a trabajar en la fábrica. Mi abuelo, el fundador de la empresa me dijo que sí, y me encargó ocuparme de lo que nadie quería hacer: limpiar, barrer, recoger recortes de material. Los sábados antes del cierre, a mediodía, me encargaba ir por toda la fábrica para ver si había por el suelo algún remate, algún residuo, que si yo no veía, mi abuelo sí. Fui pasando por todos los puestos de la fábrica, por todas las máquinas, por todos los procesos, incluso por el de galvanotecnia -el más sucio de todos- en el que pasé dos años, hasta que fui a hacer la mili voluntario. Estuve dos años, aunque perdí muy pocas horas de trabajo porque la hice al lado de casa”. La fábrica pasa del abuelo Cristóbal a sus dos hijos, los tíos de Bernardo. Cuando tenía 23 años, uno de sus tíos, Antonio, sufrió un infarto que le dejó bastante malparado por lo que Bernardo –que ya conocía la fábrica como la palma de la mano- tuvo que hacerse cargo totalmente de la fabricación de la empresa.