Carlos Pérez Padrón
(1962)
Cargo:
Presidente de Eurolatón SA
Lugar de nacimiento:
Villagarcía de Arosa (Pontevedra)
Los otros finalistas:
Luis Franco Monzó
Miguel Ortiz Gimilio
«El empresario tiene que estar en el día a día, pero conducir con luces largas. Esto es como una autopista donde todo el mundo conduce a gran velocidad y si reduces la tuya, te arrollan»
«El éxito de Eurolatón no es China, sino la internacionalización, comprender que el mercado es uno sólo, el mundo. Y la diversificación, por mercados, por canales, por productos, por materiales»
«En el fracaso, pero sobre todo en el éxito tienes que recordar de dónde vienes, cómo se consiguen las cosas, cuánto cuesta conseguirlas y que estrecha es la frontera entre el éxito y el fracaso»
«Para triunfar en el mundo de los negocios hay que ser muy trabajador, reflexivo, guiarse por el corazón y nunca traicionarte a ti mismo»
(Entresacados de diversas entrevistas concedidas en los últimos años a diferentes medios de comunicación)
«Me equivoco mucho, pero nunca he hecho ni haré nada para hacer daño a nadie»
«Mi objetivo es que seamos los mejores. Para ello necesitamos a la competencia, para que nos estimule»
«La filosofía de Eurolatón es dar un buen producto a un precio razonable y con la mejor calidad del mercado»
«Nuestros clientes tienen que ganar dinero con nosotros. Esa es la mejor garantía de éxito y de futuro»
«No soy una persona muy lista. Sé hacer pocas cosas y me cuesta gran esfuerzo hacerlas. Por eso tengo que trabajar mucho para salir adelante»
Carlos Pérez dirige una de las pocas multinacionales españolas del sector de ferretería y bricolaje. De familia de comerciantes, toda su trayectoria profesional se ha desarrollado entre artículos de hierro, latón, acero inoxidable y zamak. Su perfil humano, que él se afana en mantener al margen en la entrevista origen de esta semblanza, nos muestra a una persona sensible, hospitalaria, dialogante y con un gran carisma personal.
Carlos Pérez Padrón nació en Villagarcía de Arosa a comienzos de los felices sesenta en una familia de comerciantes gallegos. Su abuelo regentaba un almacén de droguería y su padre era representante de firmas de tornillería y de ferretería en general. Fue un niño delicado. Siempre estaba acatarrado, tenía asma y alergia y él mismo recuerda el cariño y la dulzura de su madre, de su abuela, de su tía abuela, siempre cuidándole y protegiéndole de todo mal. Su imagen actual no desmiente ese retrato, aunque su carácter indomable y su determinación han acabado por imponerse a un físico delicado. Sus primeros años de colegio los cursó en Villagarcía y como parece que no era muy buen estudiante, los padres decidieron enviarle interno al mejor colegio de Galicia, en Santiago de Compostela para ver si se enderezaba. Pero él reconoce «que fui mal estudiante. Yo lo que quería era trabajar». El padre se niega hasta que cumpla los dieciocho años. Y ese mismo día, el que cumple los dieciocho, empieza a trabajar en el almacén de droguería de la familia. Mientras tanto, ha pasado temporadas en Inglaterra y ha aprendido un idioma que le permitirá, muchos años más tarde, abrirse camino en un mundo de negocios globalizado.
Recuerda las largas tardes en el almacén en las que mataba el tedio «leyendo lo que caía en mis manos, clásicos, modernos, españoles, americanos, de todo». Costumbre, por cierto, que sigue manteniendo treinta años después. Con 21 años hace el servicio militar y, enseguida, empieza a vender, como representante de artículos de ferretería y con almacén propio. Transcurren los siguientes seis años visitando clientes, recogiendo pedidos y conociendo el mercado ferretero, mientras una idea va calando en su mente: tener su propia empresa.
Eurolatón
Con 27 años funda Eurolatón, como una empresa de distribución de herrajes portugueses, que genera una gran conmoción en el mercado. Por aquel entonces los fabricantes españoles, sobre todo de Levante, monopolizaban un mercado en el que -entre otros- fabricantes portugueses e italianos habían puesto sus ojos para expandirse.
En una entrevista publicada hace algunos años, Carlos reconocía que «la idea del nombre fue de mi padre. Estábamos buscando uno representativo y llamativo y aquello de «euro» y de «latón» tenía fuerza; identificaba a la perfección nuestras señas de identidad: éramos europeos y trabajábamos el latón». Con la perspectiva de dos décadas, no cabe duda de la fortuna del nombre.
Los emprendedores ven oportunidades donde otros ven barreras y amenazas. Carlos vio su oportunidad en un mercado donde las compañías no controlaban todo el proceso de fabricación, «subcontrataban casi todo». Él encontró una firma portuguesa que integraba todo el proceso y que producía a un precio muy competitivo. El valor que añadía Eurolatón era la distribución de esos artículos en toda España y su acercamiento a los clientes locales. El acuerdo se produjo y constituyó un ejemplo que luego siguieron otros en los años inmediatamente posteriores. Sin embargo, problemas internos –familiares- en la empresa portuguesa y la deriva del mercado de herrajes hace que el proyecto se tambalee. «Detrás de nosotros, entraron en España el resto de fabricantes portugueses con políticas de precios muy agresivas que deterioraron profundamente el mercado». Eso y la identificación: herraje portugués-barato-malo, en la que tuvieron mucho que ver el resto de competidores españoles e italianos, hizo que la situación fuera insostenible. «Decidimos disolver la sociedad con los socios portugueses, comprándoles su parte, y buscar alternativas en otros países de Europa como Italia o Chequía, pero no dimos con buenos partners. No encontramos el producto que queríamos al precio que necesitábamos para vender en un mercado tan complicado y prostituido como el español de hace dos décadas».
Deciden fabricar ellos mismos en Caldas de Reyes con patentes de la sociedad portuguesa, pero se produce la paradoja de que sus antiguos socios se convierten de la noche a la mañana en «nuestros únicos proveedores, nuestros principales acreedores y nuestra competencia». La encrucijada se presentaba peliaguda y el proyecto Eurolatón amenazaba con irse al traste.
China
Como tantas otras veces podemos ver en las biografías de empresarios de éxito, también Carlos Pérez hizo de la necesidad virtud y viendo que en los países de nuestro entorno no encontraba solución a sus expectativas, decidió dar el paso de buscar nuevos horizontes en China, la fábrica del mundo. «China era, a aquellas alturas de la historia, además de una salida, una necesidad». La diferencia es que él no va a China a buscar fabricantes que le suministren productos de bajo precio y que se puedan encontrar en cualquier otro lugar del mundo. No, él va a China a montar una fábrica propia.
Doce años después y más de 110 viajes a China, Carlos recuerda las primeras prospecciones que realizó en el inmenso país asiático. «Hice dos viajes para ver lo que había, qué posibilidades tenía de montar una empresa de fabricación en la que tuviera la mayoría del capital. Busqué contactos, me recibieron las autoridades locales, expliqué el proyecto, conseguí financiación… El choque para un occidental que visita China por primera vez es brutal. «Es verdad que su cultura es muy diferente a la nuestra. Es una cultura muy antigua que ha sobrevivido a los avatares de la historia más de 2000 años. China quiere decir, en chino, ‘el centro del mundo’. Los chinos son gente orgullosa. Por eso, cuando un occidental trata con ellos con aire de superioridad, no es probable que las cosas le vayan a ir muy bien. En mi caso, apliqué con ellos un principio -‘Respeta a los demás como quieres que te respeten a ti’- que aprendí de niño y que he aplicado siempre en mi vida». Consiguió ser el primer occidental con el 51% del capital de una empresa en China. Doce años después, es patente que en algunos ámbitos chinos le consideran uno de los suyos. En este tiempo, a modo de contemporáneo Marco Polo, Carlos se ha convertido en un puente y un catalizador, ha hecho todo lo que le han pedido sus amigos y las autoridades en China y en España para fomentar las relaciones comerciales y los negocios entre ambos países. Y eso se le agradece tanto allí como aquí. No tiene el cartel de un José Antonio Samaranch o un Rafael Nadal –los españoles más conocidos e influyentes en el gigante asiático-, pero a nivel empresarial, él está en primera línea de influencia y no niega su disposición a seguir ayudando «en lo que modestamente me pidan y pueda» al acercamiento y la colaboración entre los dos países que son origen y base de su actividad empresarial en todo el mundo.
Tres fábricas, una sola Eurolatón
Cuando se cerraron los acuerdos, Carlos viajó a China para conocer la ubicación de la factoría, en Yuhuan, en una península al sur de Shanghái, y se encontró ante una superficie acuática. «La primera vez que vi esos terrenos eran sólo mar». La coincidencia es que en Villagarcía, cerca de donde él jugaba de niño, hay un parque que antes era mar. Él utiliza esa coincidencia para sentenciar que «para saber dónde estás tienes que saber de dónde vienes».
Años más tarde, Eurolatón se hace con una segunda fábrica en China, en Jiangmen, a 2500 kilómetros de Yuhuan. Y está la fábrica de Caldas, centro neurálgico de la compañía ya multinacional, donde se encuentra el centro de I+D+i, se diseñan y controlan todos los productos y donde se fabrican un millón de juegos de manillas de acero inoxidable al año, de forma totalmente automatizada y robotizada.
Hoy, la compañía cuenta además de con estos tres centros productivos, con delegaciones comerciales en Méjico y Alemania y abrirá próximamente dos nuevas en Chequia y en Brasil. Tiene clientes en más de 30 países y es una de las primeras empresas del mundo en la fabricación de herrajes de latón y de acero inoxidable, con una capacidad de producción de más de siete millones de piezas. » y no estamos cerrados a nada. Eso sí, todo lo que se llame Eurolatón tendrá un componente inequívoco de calidad».
A pesar de esa gran dispersión geográfica, los valores de Eurolatón son únicos y globales: buenos productos a un precio razonable y con la mejor calidad del mercado. Carlos Pérez vuela más de 500 horas al año y da varias vueltas al mundo para estar cerca de su gente, transmitirles a ellos y a sus clientes la filosofía de la firma y explorar nuevas oportunidades de negocio. «Yo sé hacer pocas cosas y me cuesta mucho esfuerzo hacerlas. No soy un tipo muy listo, así que sólo me queda trabajar, trabajar y trabajar. Ese es su secreto, «y rodearme de gente que sabe más que yo y compartir el éxito con mis colaboradores y los clientes. La fortuna que me interesa es la colectiva; cuando con nuestro trabajo y nuestro éxito generamos riqueza en la sociedad a la que pertenecemos». Y ser creíble, coherente, humilde, generoso…
Trabajo y sensibilidad
Su abuelo, el del almacén de droguería, se jubiló con 95 años –murió con 101-. De él y de su padre, Carlos aprendió lo que es el amor al trabajo. «Sin trabajo no hay nada, eso fue lo que aprendí de ellos. El talento es clave, pero el trabajo lo es más. La suerte influye a veces mucho, pero te tiene que coger trabajando. Como decía Picasso, la inspiración viene, pero te tiene que pillar transpirando para que puedas aprovecharla». Lo dice quien trabaja sin descanso desde los 18 años y muchos de esos, más de 350 días seguidos. «Hubo años en los que pasaba la mitad del tiempo en China y la otra mitad en Galicia o viajando por el mundo. Ahora tengo más tiempo para dedicar a la familia». Pero eso, en ningún caso ha sido un problema porque él disfruta con su trabajo, «hacer negocios, conocer a gente buena, crear riqueza». Lo que le abruma a veces es sentir que tanta gente –los que trabajan en Eurolatón por todo el mundo- «dependen de mi y de mis decisiones, necesitan apoyo en momentos críticos como los que nos está tocando vivir. Yo me equivoco mucho, pero como cualquier empresario, soy el que más sufre con mis equivocaciones». En este punto, se muestra entre desolado e indignado y expresa su estupor ante el acoso que sufre la clase empresarial española por parte de la sociedad. «La sociedad necesita referentes y ejemplos a seguir. Me gustaría que los medios de comunicación se hicieran eco de los numerosísimos empresarios que crean puestos de trabajo y riqueza. Es verdad que hay fracasos y empresas que cierran, pero el empresario es el primero en sufrir las consecuencias. Los negocios los hacen las personas y el espíritu que las personas impregnan en sus empresas. Ahí están los ejemplos de Amancio Ortega en Zara, de Bill Gates en Microsoft, de Steve Jobs en Apple y tantos otros». Le gusta decir que hay que invertir «para que el futuro sea como yo quiero». Aunque se considera el primer comercial, el primer financiero, el primer almacenero de Eurolatón, o por lo menos el máximo responsable de cada área, reconoce que su fuerte es la faceta comercial «porque vengo de ahí», pero también me atraen la innovación y la fabricación.
De su madre, Carlos aprendió tolerancia, comprensión, «lo que se aprende de niño queda para el resto de la vida». Los que le conocen bien saben que jamás busca el enfrentamiento. «No me gustan los conflictos en ningún ámbito de la vida. En los negocios, partiendo de que queremos hacer las cosas bien y que todo el mundo gane –proveedores y clientes-, prefiero perder puntualmente antes que generar un conflicto. Pienso que para ganar hay que estar dispuesto a perder y en este caso perder es sinónimo de invertir para el futuro». Y aprendió a ser sensible. «A escuchar a todo el mundo, a aprender de cualquiera que se cruza en tu camino, a las desgracias ajenas –que en cualquier momento pueden ser propias-, a la injusticia» o, en otro orden de cosas, a la música, a la ópera, que le apasiona y que los que le conocen bien dicen que canta con buena voz y buenas maneras.
Un hombre feliz
En varias entrevistas anteriores y también es esta ocasión, Carlos se confiesa un hombre feliz. «La vida es sencilla: ver amanecer cada día, estar con los amigos, la familia, trabajar con amor por lo que haces, un buen libro. Somos nosotros quienes nos empeñamos en complicarla. Lo que te queda es eso: la posibilidad de conocer a gente como Juanjo Jaén, Luis Franco, Felipe González y otras muchas personas buenas, disfrutar de mis tres hijas y de mi mujer, Isabel, que son maravillosas, de mis padres que viven y están bien de salud. No puedo pedir más. En lo personal he llegado a lo máximo y aspiro a seguir como estoy. Soy una persona feliz que sólo puede tener sentimientos de agradecimiento con la vida».