Olegario Suárez
(1950)
Cargo:
Propietario de Ferretería Garihogar
Lugar de nacimiento:
Oviedo
Los otros finalistas:
José Carrasco López
José Farrés
Trabajador inagotable, ahora paga el esfuerzo con problemas físicos derivados de excesos durante muchos años… Pero genio y figura.
El día que entrevistamos a Olegario Suarez en su ferretería de Colloto, cumplía 65 años. Solo le faltaban un par de semanas para que oficialmente estuviera jubilado como autónomo, después de haber cotizado durante más de 54 años a la seguridad social.
Octavo y último hijo de una familia de mineros, ha pasado toda su vida entre herramientas, puntas y cacerolas y ha sido coprotagonista de todo lo que ha acontecido en el mundo cooperativo del sector, en Asturias y el resto de España. Al final de su vida laboral, orgulloso de que sus hijos tomen el relevo en Garihogar, se lamenta de la oportunidad perdida que supuso el fracaso de Ferrokey.
Olegario Suarez –Gari para todo el mundo- nace el 11 de febrero de 1950, día de la Virgen de Lourdes y día muy señalado en Oviedo porque fue cuando plantaron un nuevo carbayón (roble) al lado del teatro Campoamor, que venía a sustituir a otro centenario que había cumplido su ciclo de vida. Es el último de ocho hermanos, nacidos en el seno de una familia minera. “Ya nadie me esperaba –cuenta-. Mi madre me tuvo con 42 años y cuando vine al mundo, mis hermanos mayores ya no vivían con mis padres”, así que casi se puede decir que fue criado como un hijo único.
Pequeño buscavidas
Desde muy pequeño empezó a buscarse la vida para comprarse sus chuches y para ayudar en casa. “Mi padre era minero. Los lunes de madrugada marchaba para Sama de Langreo y volvía los domingos a las diez de la mañana”. Ochenta kilómetros en tren, desde el concejo de Las Regueras, y seis días de trabajo como entibador (el que pone los postes en la mina para que no se hundan las galerías) era su rutina semanal. En el año 62 se convocaron las famosas huelgas que paralizaron la minería asturiana, para conseguir condiciones dignas de trabajo para los trabajadores y Gari decidió, con 12 años, que había que arrimar el hombro, con el consiguiente gran disgusto de su madre, cuando dejó la escuela. “Mi padre estuvo 13 meses sin cobrar una peseta. Y yo encontré trabajo en una tienda de comestibles como repartidor de cestas por los pisos, pero eso no me acababa de gustar, así que busqué otra cosa. Un día, cuando pasaba por la calle Uría –una de las principales de la capital carbayona- “vi un cartel pidiendo un chico para los recados en la ferretería La Llave. Sin dudarlo, dejé el carretillo que llevaba con los pedidos de la tienda de comestibles y me presenté a solicitar el trabajo. Me dijeron que dónde iba yo a trabajar con esa edad, que dónde estaban mis padres. ‘Hasta los 14 años no se puede trabajar, chaval’. Yo me fui a casa, pero nada conforme con aquello”. Así que esa misma tarde, en el hogar de la OJE –Organización Juvenil Española a la que iban todos los jóvenes de la época si querían relacionarse con otros chavales “y jugar al futbolín o hacer excursiones”- le comenta su caso al delegado del hogar. Este le pide un par de días para gestionar su caso y al tercero se presenta con una carta del inspector de sindicatos, Gamazo, en la que se dice que por causas excepcionales a Olegario se le permitía trabajar con la edad que tenía. “Gamazo era entonces el terror en Oviedo. Su condición de inspector, con poderes casi ilimitados en aquella época, hacía que todo el mundo se acongojara cuando él decía o hacía algo”. En fin, con el documento en la mano se presentó Gari en La Llave y “se pusieron firmes de momento. Me admitieron y desde ese mismo día empecé a cotizar a la seguridad social, en la que tengo reconocidos 19.642 días”. Antes de eso, con 7 años, ya se buscaba la vida llevando agua en un botijo “a los chicos mayores que jugaban al futbol en una explanada que había sido campo de batalla durante la guerra civil para la conquista de Oviedo. Como era el más pequeño, me mandaban a buscar agua al pueblo, que estaba abajo. Un día se me ocurrió que en vez de agua les podía llevar gaseosa. Hablé con el dueño del bar y me dijo que me daba unos céntimos por cada gaseosa que vendiera. Así, los días que había partido me sacaba tres pesetas. Además, buscábamos balas de la guerra y las vendíamos al chatarrero. De la chatarrería de entonces surgió Hierros Oviedo, cuyo dueño era el suegro del de Ferretería La Llave, donde luego trabajé”. También cuenta que él no podía solo con el carrito donde llevaba las gaseosas y que le ayudaban a subirlo los propios jugadores y los vecinos.
En la ferretería
En La Llave me encontré con una persona que después ha sido más que un hermano para mí, José Ramón Bernardo. Me sacaba 6 años y él con 18 y yo con 12 nos hicimos prácticamente cargo de la ferretería: comprábamos, vendíamos, colocábamos, preparábamos los pedidos, repartíamos… Había otros tres empleados, pero ellos solo se encargaban de despachar en el mostrador. Trabajábamos de 9 de la mañana a 10 de la noche, de lunes a sábado. El jefe se iba a las siete, y José Ramón y yo nos quedábamos colocando y preparando los pedidos del día siguiente. A los 13 años ya empecé también a despachar en el mostrador. “Lo más duro era ir con el carretillo. Yo con 12 años era un rata que no levantaba dos palmos del suelo. Bueno, no es que ahora sea nada del otro mundo, pero entonces era un enclenque y pequeñito. Tenía que llevar material al Colegio Internacional Medes, que estaba a 5 kilómetros de la ferretería. Arrastraba unos cajones que pesaban 130 o 140 kilos, cargados con alambre recocido, puntas y productos muy pesados. Salía de La Llave a las 9 de la mañana y regresaba a más de la una. El camino era una odisea, se volcaba el carretillo, se quedaba atascado entre los adoquines de las calles, de todo. Me pasaba igual cuando iba a recoger material a Cofedas, que estaba entonces casi en el centro de Oviedo, o a la estación del tren. Me hice con una cuerda con dos ganchos, uno en cada extremo, y cuando se despistaba el conductor, enganchaba el carretillo a los carros que tirados por burros subían de la estación a la calle Uría. A veces me pillaban y me soltaban, otras se apiadaban y me dejaban subir enganchado.
Gari estuvo en la ferretería hasta los 18 años. “Me fui por un rebote muy gordo. Yo trabajaba mucho pero también exigía un buen pago. La cosa fue así. Habíamos estado varios días haciendo inventario y cuando llegó la hora de cobrar, todos los empleados, menos José Ramón y yo, recibieron un plus. Yo reclamé al dueño –Boni- y me dijo que nosotros ya cobrábamos más que los otros y que no nos correspondía la gratificación. No me pareció justo y me fui”.
Estuvo un año trabajando en una agencia de transportes, pero un día José Ramón, que había decidido irse de la ferretería para abrir una agencia de representaciones, le fue a buscar para que ocupase su lugar como encargado en La Llave. “Me dijo que el dueño, Bonifacio Fernández, el padre del gerente, no admitía a nadie que no fuera Olegario. Fui a hablar con él, puse mis condiciones, aceptó y empecé de nuevo a encargarme, ahora sin José Ramón, de la ferretería. Cuando tocó cobrar el primer mes, empezó a regatearme el sueldo. Protesté y conseguí que de mala gana me pagara lo acordado. Todos los meses me intentaba regatear”. Cuando llega la hora de hacer el servicio militar, Gari pacta que, por los buenos contactos que tenía entre los mandos del cuartel que le tocaba, podría seguir trabajando por la tarde. “Yo llegaba después del cuartel, a las tres de la tarde y me iba todas las noches a más de las once, dejando todo ordenado y preparado para el día siguiente; pero volvimos a las andadas de regatearme lo que habíamos acordado”: Cansado de reclamar lo que era suyo, le surgió la oportunidad de trabajar en un almacén de Colloto y allí se fue. “En Comercial Colloto empecé a trabajar media jornada, mientras estuve en la mili. Cuando acabé me contrataron a jornada completa”. Permanece allí durante dos años, hasta que un día José Ramón Bernardo le propone crear una sociedad, juntos.
Con José Ramón
“Me vino José Ramón un día y me propuso crear una sociedad para montar una ferretería. Yo le dije que no tenía dinero y que no podía ser, pero me contó que su padre iba a vender una finca y que con las 500.000 pesetas que le iban a dar podíamos montarla. La sociedad la creamos en media hora, de palabra, sin ningún papel de por medio, y el 3 de octubre de 1973 abríamos lo que hoy es Garihogar”. Cuenta que José Ramón y él eran como hermanos, “más que hermanos. Nuestras dos familias estaban ya muy unidas –y así siguen-. Entre él y yo la palabra valía más que cualquier contrato”. La sociedad duró tres años. “Pasado ese tiempo, me dijo que le preocupaba que la sociedad pudiera afectar a nuestra amistad y a la de nuestras familias y me propuso deshacerla de tal forma que yo me quedaba con la ferretería y él con todas las firmas representadas que anteriormente nos repartíamos”. Igual que la habían formado la deshicieron. “Sin ningún papel sin mirar ningún número. Nos pusimos de acuerdo en la sobremesa de una comida. Y hasta ahora”. La muerte de José Ramón Bernardo, hace algo más de dos años, fue un mazazo enorme para Olegario. “Habíamos estado cenando las dos parejas hasta la doce de la noche. A las cinco de esa madrugada le dio un infarto y falleció”. Su amistad fue inquebrantable durante cincuenta años. “Era para mí más que un amigo, más que un hermano. Nuestras mujeres se quieren mucho y nuestros respectivos hijos se consideran de la misma familia. Íbamos a todos los lados juntos. Me pedía que le acompañara a Polonia a buscar fabricantes de cristal y sin pensarlo me iba con él. Le pedía que se viniera conmigo a Ferroforma o a cualquier otra feria y no tenía que repetírselo. Nos apoyábamos el uno en el otro y nuestras familias eran como una sola”.
Garihogar
En 1976, Gari se queda solo en la ferretería de Colloto. “El 13 de febrero de ese año solicité el ingreso en Cofedas. La cuota de entrada eran 500.000 pesetas, que yo no tenía. Di de entrada 200.000 y me pusieron una cuota de 5.000 mensuales hasta completar la cantidad. Por entonces, Alberto Cuesta era el presidente de la cooperativa y Luis Muñiz, el gerente”.Al cabo de dos años integra una candidatura para renovar el consejo rector de la cooperativa. “Yo era el más joven con diferencia. Lo que teníamos claro todos es que teníamos que sacar Cofedas de la ciudad, porque mantener el almacén en el centro de Oviedo era insostenible. El nuevo presidente, Manuel Rodríguez, era una persona mayor que no tenía ganas de complicarse mucho la vida y el consejo me nombró a mí para que asistiera en representación de Cofedas a las reuniones de Ancofe y, más tarde, Ferrokey.
Mientras tanto, Garihogar tenía que generar negocio para pagar la cuota de la cooperativa y seguir adelante. “Lo pasamos muy mal los primeros años. No empezamos de cero, empezamos desde menos medio millón”. Desde las ocho de la mañana hasta las doce de la noche, Olegario hacía de todo. Compraba, colocaba, despachaba, repartía a domicilio lo que vendía: una lámpara –entonces vendíamos-, un tendedero, cerraduras… Yo estaba solo y tenía que hacer de todo”.Sin sueldo, pagando deudas y con un negocio muy dependiente del consumo particular, “en Colloto entonces no había empresas, ni polígono industrial, ni talleres, era un pueblo con cuatro casas y poco más”, Gari se planteó echar el cierre. No lo hizo porque “encontré un gran apoyo en mi mujer y en mi hija, todavía muy joven, pero ya consciente del problema. Cerré los ojos y tiré para adelante”.
Con el tiempo “se me metió en la ferretería un chaval de 14 años que había dejado de estudiar y que, al principio, lo que hacía era avisarme de si entraba alguien en la tienda cuando me iba a tomar un café. Poco a poco me fue ayudando más y lo cogí; fue mi primer empleado. Estuvo muchos años conmigo. No tenía estudios pero era honrado, trabajador y muy fiel. Hace unos años se fue y ha estado en un par de ferreterías. La última cerró y ahora está en el paro. Estoy pensando en recuperarle, porque aunque no nos hace realmente falta, me siento obligado a echarle una mano”.Poco a poco, el negocio va creciendo, a la par que Colloto y su entorno. Primero un empleado, luego otro, “más tarde, primero mi hija Patricia y, después Alejandro, mi hijo, cuando acaban sus estudios, se vienen conmigo”. Ahora Garihogar tiene 8 trabajadores y una posición muy consolidada como ferretería y suministro industrial de referencia en la zona. Y “con mis hijos como responsables del negocio, con proyectos en perspectiva y un futuro que creo que será bueno”.
La familia
Garín, que así le llamaban en su familia, ocupaba el último lugar en la nómina de sus hermanos. Una mujer, la mayor de todos- y seis varones, le precedían en el escalafón familiar. Incluso algunos de los hijos de sus hermanos mayores –sobrinos suyos- son mayores que él. Se crió con su madre y su padre y de ellos aprendió los valores que se aprenden en casa. “Mis hermanos pasaban mucho de mí, estaban con sus familias o sus novias. Alguno de ellos me conoció cuando ya había cumplido yo un año. El cariño lo recibí de mis padres”. Con 15 años se echa novia. “Cuando yo trabajaba en La Llave todos tenían novia, así que yo, decido echarme también una. Pilar tenía 13 años y estuvimos saliendo a escondidas varios años, hasta que un día nos pilló su padre en el centro de Oviedo y se montó una buena, pero conseguí convencerle de que íbamos en serio y seguimos saliendo. A los siete años de novios, al poco de acabar la mili, nos casamos. Enseguida tuvimos a Patricia y después a Alejandro. Pilar atendía la casa y a ellos y siempre encontraba un hueco para echarme una mano en el negocio”.
Llevan 50 años juntos y, para Gari, su mujer es todo. “Tengo una mujer excepcional y unos hijos modélicos, lo cual no quiere decir que no tengamos nuestros más y nuestros menos. Un ejemplo es que todo el dinero que ganaban mis hijos en la ferretería acababa en la zona de El Antiguo –la zona de marcha de Oviedo-. Un día dije basta y di la entrada de un piso para cada uno y les eché encima una hipoteca para que comprendieran que uno puede divertirse y a la vez pensar en el futuro”.
No contaba con que sus hijos acabaran trabajando con él, pero las cosas han ido viniendo solas. “Primero Patricia acabó los estudios y empezó a trabajar en una empresa donde ganaba cuatro duros. Le dije que estaría mejor en casa y se vino. Lo de Alejandro fue más natural, más progresivo. Mientras estudiaba, se pasaba por aquí algunas tardes, las vacaciones, iba cogiéndole el gustillo. Estudió en la universidad Historia del Arte y cuando acabó se vino definitivamente a la empresa. Cuando me aseguré que la cosa iba en serio y que Garihogar tenía la continuidad asegurada, compramos el local de al lado y ampliamos el negocio. Desde hace un tiempo son ellos los que llevan el día a día y los que están haciendo crecer el negocio, lo cual es un orgullo para un padre”. Añade que nunca fueron hijos de papá, que “empezaron los dos barriendo, limpiando y haciendo lo que hace cualquier aprendiz que entra en una ferretería. Todo se lo han ganado a pulso y, si están donde están, es porque han trabajado duro, son sencillos, honrados y válidos para el comercio”.
Éxitos y fracasos
“Lo que echo de menos en la vida es no haber podido estudiar más. Es mi asignatura pendiente, pero no encontré en todo este tiempo momento para aumentar mis conocimientos. Desde los 12 años he trabajado como un burro, día y noche, dedicando todo mis esfuerzos a sacar adelante los negocios que traía entre manos. En La Llave, en Comercial Colloto, en Garihogar. No me arrepiento de las decisiones que tomé, pero ahora, con las perspectiva de los años, me gustaría haber tenido la oportunidad de formarme mejor, adquirir una cultura, aprender idiomas”. Su mayor éxito, convivir con su mujer durante 50 años –“y que me aguante todavía”-. “No me arrepiento de haber ennoviado tan joven. Lo volvería a hacer otra vez, sin pensarlo. Alguna vez le he dicho a quien me decía que había perdido mi juventud que, al contrario, que la había ganado”. “Y mis dos hijos y mis dos nietos, son lo mejor que me ha pasado”. Entre los fracasos, Ferrokey y la desaparición de Ancofe. “Tuvimos todo en la mano para quedarnos con el mercado de ferretería en España. Desde Ancofe y con la enseña Ferrokey tuvimos la oportunidad de hacer fuerte a la ferretería tradicional. Cuando Cadena 88 todavía no existía y no había grandes superficies de bricolaje, nosotros teníamos ya una organización con miles de puntos de venta en los mejores sitios de las ciudades y pueblos y almacenes en lugares estratégicos, que nos daba una ventaja enorme sobre lo que vino después, pero que tiramos por la borda por personalismos y por la propia naturaleza de las cooperativas”. Dice que los estatutos de las cooperativas deben datar de “la época de Felipe II. Hoy son un anacronismo. No puede ser que valga igual el voto de un señor que compra en la cooperativa 5.000 euros al año que otro que compra 1 millón y, sin embargo, el voto ponderado no se ha conseguido implantar en todas las cooperativas, desde luego, no en Cofedas”.
Recuerda que cuando echan a Cofedas de Ancofe se le saltaron las lágrimas. “Todo se vino abajo porque los presidentes querían manejar la organización. Y para eso hacía falta un gerente con plenos poderes y un equipo que llevase a cabo los planes que se diseñaban en el seno de la agrupación de cooperativas. La gente no tiene memoria, pero algunas de las iniciativas que ahora se están intentando llevar a cabo ya fueron una realidad hace 25 años con Ferrokey. Espero que los errores que cometimos entonces no se vuelvan a repetir otra vez. Ahora no tenemos el margen de maniobra que teníamos en los ochenta y las amenazas son muchas más y más poderosas”.
Trabajo y ayuda
“Llevo un año malo. Los problemas de la pierna no acaban de solucionarse y parece que tengo para rato aún. Seguramente estoy pagando aquellos sobreesfuerzos de chaval, tirando de carretillos de más de cien kilos, pero no había alternativa. Mi mujer lleva tiempo diciéndome que me cuide, pero soy un burro y le he hecho poco caso. Ahora sí que he prometido cambiar radicalmente de vida. Tomarme las cosas con calma, dejar que mis hijos lleven todo el negocio. Yo estaré ahí siempre que me necesiten, pero la ferretería es ya cosa suya”. En la Fundación Txema Elorza saben que pueden seguir contando con él como embajador de la fundación. Porque, como él dice, “ayudar al que lo necesita produce mil veces más satisfacción que cuando eres tú el que pide ayuda. Cuando he tenido que pedirla, siempre me he planteado qué habría hecho mal para haberla necesitado”.
Se jubila, pero la semana anterior a esta entrevista, con un temporal de nieve en su máximo apogeo, cogió un camión de Garihogar para llevar un pedido a Palencia y casi se queda tirado en la carretera. Trabajador inagotable, ahora paga el esfuerzo con problemas físicos derivados de excesos durante muchos años. Pero genio y figura.