
Alejandro Seoane
(1953)
Cargo:
Propietario de Ferretería Tucho.
Lugar de nacimiento:
Noia
Los otros finalistas:
«No me considero valiente, pero mi curiosidad me ha llevado a hacer cosas muy peligrosasr».
Alejandro Seoane es un ferretero de los de toda la vida, en el mejor sentido de la palabra. Un hombre comprometido con sus clientes y proveedores, con la organización a la que pertenece –Las Rías–, con sus vecinos y con su pueblo. No en vano patrocina varios clubes deportivos de Noia y la Escudería Automovílisitca “Berberecho”.
Confiesa que es más curioso que valiente y se declara un apasionado de la negociación. Con 63 años y en plena forma, va preparando el relevo y cuenta, para ello, con su hermano Juan Antonio y sus hijos Alejandro y Rita.
Alejandro Seoane nace en la localidad coruñesa de Noia el 31 de julio de 1953. Sus padres, Antonio y Dolores, se dedican al negocio del vino, como ya hacía el abuelo, original de Orense y propietario de una bodega en la ciudad del Miño. Estudia en el colegio María Assumpta, de Noia.
“El colegio –cuenta– fue uno de los primeros que creó una ruta para recoger a los niños por sus casas. El colegio estaba en un viejo pazo a las afueras del casco urbano y pasaban a recogernos en una DKW. Tenía buenas instalaciones deportivas, íbamos de uniforme –parecíamos paracaidistas– y oíamos misa diaria obligatoria”.
Más tarde pasa al Instituto público Virgen del Mar, donde cursa el bachillerato superior marítimo pesquero. No era un alumno brillante, pero aprobaba las asignaturas y pasaba por ser un chaval serio y sensato, aunque, como nos cuenta, por aquella época ya conducía un Mini de su prima, por supuesto, sin carné, y vendía chatarra para sacarse unas perras “metiendo en medio de la chatarra latas de pescado en mal estado para que pesaran más”.
Cuenta que tuvo un profesor de química que era muy bueno y se aficionó al tema, hasta tal punto que estuvo a punto de volar la casa paterna haciendo un experimento para fabricar pólvora.
Como quería ser ingeniero y soñaba con ejercer en Venezuela, ingresa en la escuela de Ingeniería de Cálculo de Estructuras, en la Universidad Politécnica de Vigo, donde cursa dos años académicos. Un primo suyo le anima a ir a Lugo a estudiar Agrónomos, pero por problemas de expediente no le admiten. Decide cambiar de vida radicalmente y se marcha a hacer el servicio militar.
El primer trabajo
Cuando acaba la mili, en la brigada aerotransportable, un tío suyo, catalán, le anima a hacer el examen de ingreso en Iberia, una de las compañías en las que, por entonces, todo joven aspiraba a trabajar. Pasa el examen y entra a trabajar en la compañía como un “chaqueta roja” en el Puente Aéreo.
“Me gustaba el trato con la gente y actuaba como si la empresa fuera mía, pero duré pocos meses. Por varias razones, porque no me gustaba la política de la compañía, porque Barcelona me parecía unz ciudad inmensa donde no veía mi encaje, porque el sueldo no me llegaba al día 4 y porque añoraba Noia y a mi novia, Ladi, que me pedía que volviera a casa”. Así que se volvió al pueblo con el siguiente propósito: “Si me va mal, comeré patatas y si me va bien, bogavante”.
Entretanto, sus padres habían dado un giro a sus vidas. Habían dejado el negocio de los vinos y montaron una ferretería en el centro de Noia. Corría el año 1974. Mientras estudiaba o en la mili, durante las vacaciones o los fines de semana, les ayudaba en el negocio y empezó a calar en él el gusanillo comercial.
En 1977, después de valorar todas las circunstancias que concurren en ese momento de su vida, decide incorporarse definitivamente a la ferretería familiar.
El deporte
Alejandro Seoane es un tipo inquieto, algunos podrán decir que raya la hiperactividad. Desde pequeño apuntaba maneras. “A los 7 años ya conducía coches –solo el volante, claro– y a los 16 corría que me las pelaba por las carreteras gallegas a bordo de un Mini. Llegué a conducir un camión, sin carnet, claro, porque era menor de edad. Todo el año me pasaba ahorrando para subirme a los coches de choque que llegaban al pueblo durante las fiestas y no bajarme hasta que desmontaban la atracción”.
Sus dos pasiones, supongo que para liberar parte de la energía que le sobra, han sido el tenis y el buceo. En tenis, llegó a jugar campeonatos nacionales y organizó en Noia un gran torneo para 150 jugadores. En buceo, ha hecho rutas por medio mundo y ha estado dos veces al borde de la tragedia.
“Soy titulado de buceo con botella hasta 18 metros de profundidad”. Se acuerda de una vez en México, haciendo una ruta subterránea de dos kilómetros “en la que lo pasé muy mal porque había serpientes por todas partes y, a mí, las serpientes me dan pavor”.
Ahora que ya no practica ningún deporte, patrocina al club de atletismo del pueblo; carreras populares como el triatlón de Boiro, donde las 2.000 camisetas llevan el patrocinio de Tucho, y el rally que organiza la Escudería Berberecho, que es puntuable para el campeonato gallego de la especialidad.
La familia
Alejandro siempre ha estado rodeado por su familia: Primero sus padres, a los que empezó a ayudar en la ferretería desde la adolescencia; su tío, que le animó a ir a Barcelona y enrolarse en Iberia, y su hermano pequeño, Juan Antonio, es el alma de la tienda de Noia y está desde siempre a su lado.
Conoció a Ladi, su mujer, cuando ella tenía 16 años y él poco más de 20. Se casaron pronto y nunca se han separado. “La conocí en la discoteca, a ella le gusta mucho la música y el baile”. Ella fue una de las “culpables” de que saliera de Iberia y de Barcelona y volviera a Noia. Sus hijos, Alejandro –licenciado en dirección de empresas– y Rita –en Ciencias de la Educación– trabajan en la ferretería y van asumiendo poco a poco responsabilidades en las distintas áreas de la empresa. Y sus nietos, tres, que ya le tienen el corazón ganado.
Y el ambiente familiar también se traslada a la ferretería, donde los nueve empleados que le acompañan desde hace años –Valentín, Javier, Ángel, Mauricio…– son “como de la familia”. Todos tienen, aparte del salario, incentivos por diversos factores: objetivos, libranza, circunstancias especiales, etc. “Tienen también seguro de vida”.
Ha despedido a pocos, a lo largo de los años, “siempre pienso en sus familias antes de despedirlos y no hemos prescindido de nadie por causas de la crisis de venta, sino porque no se adaptaban a la empresa u otros motivos disciplinarios”.
Emprendedor y empresario
El emprendimiento ha sido algo natural en Alejandro Seoane. Heredó la ferretería familiar y la ha hecho crecer a lo largo de los años. Para su carácter inquieto y su curiosidad innata, sin embargo, no era suficiente un solo negocio. Y se embarcó en otros como la hostelería, siendo propietario de un pub y copropietario de una macro discoteca, ambos en Noia. No eligió bien los socios y después de unos años de esplendor, el negocio se vino abajo.
Más tarde invirtió en renovables y llegó a ser presidente del Consejo de Administración de la empresa Energías Renovables, SEOFER SOLAR, S.L, con domicilio social en Santiago de Compostela. La iniciativa se fue al traste cuando el gobierno cambió la normativa con carácter retroactivo.
En 1982, Ferretería Tucho entró a formar parte de la cooperativa Las Rías, donde sigue como socio y donde formó parte de la junta directiva durante 15 años, bajo la presidencia de Francisco Castromán, al que considera amigo del alma y un empresario ejemplar.
Además, es miembro de la Asociación de Actividades Empresariales de Noia, Asociación Boirense de Empresarios, Federación de Empresarios del Barbanza, Centro Comercial Abierto ‘Noia histórica’ y Centro Comercial Urbano ‘Boiro Abierto’.
En 2002 recibió el premio ‘Dolmen de Oro’ de la Asociación de Empresarios del Barbanza, en reconocimiento a la labor empresarial de ferretería; premio que había recibido años antes por su labor en el ramo de la hostelería.
Siempre dispuesto a aprender, Alejandro ha realizado multitud de cursos de formación entre los que destaca el Curso de Habilidades Directivas impartido por la Cámara de Comercio de Zaragoza y certificado por Ancofe; y un curso de Aplicaciones Informáticas de Gestión. Y ha participado en simposios, congresos y otros eventos relacionados con el mundo de la ferretería.
Y siempre que viaja, lo que hace muy a menudo, no deja de visitar ferreterías, centros de bricolaje y cualquier otro comercio del que pueda sacar alguna idea. Ahora también visita regularmente las webs de los principales operadores como Amazon o ManoMano “para estar al tanto de las tendencias en artículos, promociones y precios”.
Ferretería Tucho
Desde 1977, año en el que se incorpora al negocio familiar, Alejandro no ha dejado de crecer como ferretero. Primero, con las sucesivas ampliaciones de la tienda original, situada en la mejor ubicación de Noia, hasta alcanzar una superficie de 300 metros; después, en 2001, con un nuevo punto de venta en Boiro, con 600 metros cuadrados de superficie y, en 2016, con una nueva tienda en Noia, de otros 400 metros y una planta rectangular ideal para el negocio de ferretería.
Además, ha ido adquiriendo bajos en el pueblo, para usar de almacén para logística de las tiendas. Y tres solares que suman 3.200 metros cuadrados en el polígono comercial-industrial de Noia, que permanece sin construir en espera de circunstancias más propicias.
Las dos tiendas de Noia están una enfrente de la otra, con el río de por medio. La original va a ser remodelada totalmente para adaptarla a un modelo experiencial donde los clientes puedan pasear y ver ambientes. La lleva su hija Rita e incluye menaje de cocina y mesa, PAE, lámparas y decoración, en general. La nueva abarca toda la ferretería clásica, ropa laboral, seguridad, jardín, herramientas, pintura, etc.
Desde siempre, Tucho, ha estado a la vanguardia en cuanto a la incorporación de nuevas tecnologías para la gestión de la empresa y, actualmente, “estamos muy comprometidos con la venta online y encontrando oportunidades de negocio en el ámbito digital. Ahí, mi hijo lleva la voz cantante y estoy muy contento con su labor”.
A poco de cumplir 64 años, Alejandro se encuentra en plena forma, pero entiende que la sucesión debe ir preparándose con tiempo. “Mis hijos están preparados y comprometidos con el negocio. Mi idea es no jubilarme nunca, pero sí ir delegando funciones y dejando que ellos tomen las decisiones. Y tener la libertad de no venir un día, una semana o el tiempo que me apetezca, para viajar o dedicarme a mi mujer y mis nietos”.
Quiere dejarles el negocio lo más ordenado posible y, “a partir de ahí, que sean ellos los que decidan si reforman, amplían o construyen nuevos puntos de venta. Evidentemente, ellos le darán su propio estilo”.
Viajar y aprender
Ha viajado por medio mundo, de placer, para practicar el buceo y para aprender de lo que se hace por ahí. “Me ha gustado siempre ir a ferias: Ferroforma, Sicur, Eurobrico, Maderalia, Matelec, Construmat, la feria de Ferretería de Colonia”, a los viajes promocionales de los fabricantes, “con los que he recorrido Europa, Asía y América” y “he viajado dos veces a China con mi amigo Juan José Jaén, para efectuar compras y conocer qué se cuece en la fábrica mundial de productos de ferretería”.
Y se lamenta de las pocas ganas que tienen algunos de complicarse la vida. “Si no viajas, si no conoces, tienes una visión muy corta de las cosas. Yo he aprendido mucho en cualquier sitio y he incorporado a la empresa cosas que he visto dentro y fuera de la ferretería”.
“No me considero una persona valiente y tengo un gran hándicap por no saber inglés, pero mi curiosidad está por encima de todo y me permite superar muchos obstáculos y barreras. Además, tengo la suerte de contar con grandes amigos de los que he aprendido y sigo aprendiendo: Paco Castromán, Ricardo López, Jesús Vieito, Fran Salgado, Javier Trashorras, Juanjo Jaén, Tito y Justino Barbosa, Darío Alonso, Anselmo Vicente, Juan Pedro Resino y decenas de directores comerciales de grandes firmas, mi gran amigo y contable de la empresa, Juan Carlos Pérez, y muchos empresarios gallegos y de otras partes de España, que me han enseñado mucho de lo que sé”.
Negociar
De todo lo que le ha tocado hacer, a Alejandro lo que de verdad le apasiona es negociar, comprar, aprovechar oportunidades. “Soy duro de pelar, pero tengo grandes amigos entre los agentes comerciales que me visitan –Cameselle, Trashorras, Montero…– y los directores comerciales de grandes empresas. Porque “yo soy fiel a las marcas. Me gusta tener productos de empresas que no defraudan a los usuarios, que innovan, que dan calidad. Con algunas de ellas llevo casi 40 años funcionando y no me planteo cambiar. También exijo correspondencia, que me respeten, que me permitan competir con operadores de otros canales, incluido internet”.
Una de las claves del éxito de Tucho es tener stock de los productos que vende. “No me importa comprar de más, si encuentro una buena oportunidad, lo importante es tener producto y no defraudar al cliente. Producto y gama. Los fabricantes saben que pueden contar conmigo para defender su marca, si ellos son serios y llegamos a acuerdos en los que ganemos ambas partes”. “Yo no invierto en otra cosa que no sea la ferretería, por lo que cargarme puntualmente de material no me importa, si sé que puedo sacarle rendimiento”.
Eso le gustaría verlo en su cooperativa, Las Rías, en la que, aun siendo uno de sus más fervientes defensores y socio comprometido donde los haya, cree que sería bueno que ese compromiso de futuro que se está estudiando en la cooperativa, se realice lo antes posible, ya que “los tiempos avanzan muy deprisa y es necesario coger el tren (en este caso el AVE) para que entre todos, directivos, comerciales y socios podamos llegar a las más altas cotas de competitividad y hacer de Las Rías el referente a nivel nacional que todos deseamos y podéis creerme que Ferretería Tucho estará en primera línea”.
Comprometido con el entorno
Noia, Boiro, el valle del Barbanza, A Coruña, Galicia. Alejandro está comprometido con su pueblo, con su región, con su comunidad. Aparte de patrocinar el deporte de la zona, colabora activamente en las fiestas de Noia y Boiro, incluso con la Semana Santa, aunque él no pisa la iglesia. Colabora con dos ONG´s de la zona: La Crebá y La Misela, para discapacitados psiquícos, y con Cáritas, de la que su contable, Juan Carlos, es responsable para la zona.
Lo que hoy se ha dado en llamar RSC (Responsabilidad Social Corporativa) para Alejandro es algo natural: “Como empresario local, me siento responsable de echar una mano a los que de una u otra manera son mis clientes y me permiten mantener el negocio en marcha”.
“Ser finalista del Premio Txema Elorza es un gran honor y colma todas mis aspiraciones”.
Lo tuvimos todo a favor
Cuando repasamos su trayectoria como miembro del consejo rector de Las Rías, Alejandro se lamenta amargamente “de la falta de visión que tuvimos en el seno de la cooperativa y de Ancofe”. Recuerda las primeras convenciones de Ferrokey y cuando había cientos de ferreterías rotuladas, las promociones, las campañas de televisión… “Pero no fuimos capaces de aprovechar una oportunidad que no se ha vuelto a repetir”.
Castromán y López hicieron una gran labor, pero por temas personales, de envidias y protagonismos, el tema se fue al traste. 30 años después seguimos dándole vueltas a cosas que ya se demostró que funcionaban. Y nadie es capaz de dar el paso adelante. Hay mucho conformismo en la ferretería, falta de visión y poco coraje para acometer proyectos de envergadura”.