Antonio Cordero
(1952)
Cargo:
Propietario de Representaciones Cordero
Lugar de nacimiento:
Madrid (Madrid)
Los otros finalistas:
Fernando Leonardo
Bernardo Pons
Cuando ocupas un puesto de trabajo determinado, tienes que dar ejemplo
Antonio es un hombre hecho a sí mismo, acostumbrado a trabajar duramente desde muy joven y a conseguir los resultados deseados a base de esfuerzo y más esfuerzo. Probablemente, el ejemplo de sus padres le ha servido de guía no solo en su vida personal, sino también en lo profesional. Su carácter emprendedor y decidido ha sido el que le ha llevado de botones de hotel a dirigir su propia empresa, pasando por la dirección comercial de un importante fabricante de artículos de seguridad.
Antonio Cordero puede presumir de haber nacido en una de las zonas más castizas de Madrid, en La Ronda de Atocha, el 6 de diciembre de 1952. Aunque como casi todos en esta gran ciudad, sus padres –ya fallecidos- provenían de fuera. Su madre, Ángela, de Segovia (Las Navas de San Antonio) y su padre, Marceliano, de Badajoz (Fuente de Cantos). De ellos Antonio ha aprendido a trabajar duro y la satisfacción de conseguir las metas con esfuerzo y responsabilidad. Su padre, como casi todos las personas de su generación, estuvo muy marcado por la Guerra Civil, ya que quedó huérfano a los diez años (el abuelo de Antonio fue fusilado por el bando nacional y sus propiedades, confiscadas) e ingresó en un orfanato en Badajoz hasta los 18 años. Entonces tuvo que buscarse la vida y comenzó a pasar de contrabando café de Portugal, hasta que se empleó como socorrista en el río Guadiana.
Cuando se licenció del servicio militar, se casó con Ángela, a la que había conocido precisamente durante la mili en Madrid, alquilaron un piso en la zona de Atocha y tuvieron tres hijos: Antonio, el mayor, Manuel e Inés. Fue entonces cuando empezó a trabajar en una empresa de ascensores, Boetticher y Navarro, actividad que compaginaba con la asistencia técnica de los ascensores de varios hoteles de Madrid. Eran tiempos difíciles que Antonio recuerda muy bien. “Mis hermanos y yo nos alegrábamos mucho cuando venían a buscar a mi padre por la noche para arreglar algún ascensor, porque le daban un bocadillo en el hotel y ese día en casa comíamos carne”. Finalmente, su padre adquirió un taxi y hasta su jubilación se dedicó a esta ocupación.