Basilio López
(1950)
Cargo:
Presidente y Director General de BRALO, S.A.
Lugar de nacimiento:
Montejo de Tiermes (Soria)
Los otros finalistas:
Ramón Pajares Manresa
Justino ‘Tito’ Barbosa
Pensamientos
«La vida es un accidente. He podido comprobarlo a lo largo de los años. Determinadas situaciones te cambian la vida de forma radical. En mi caso, la aparición del organista, por el pueblo, en mi niñez; cuando conocí a la que hoy es mi mujer; las ocasiones en que mi vida profesional ha estado pendiente de un hilo, el no encontrar proveedores de garantías -que me decidió a ser fabricante-, etc, etc. Por eso creo que hay que ir por la vida con humildad, mirando a la gente de frente y tratarla de tú a tú. No entiendo las envidias ni las zancadillas; entiendo que las personas peleen por lo suyo -yo lo hago-, pero eso tiene que ser compatible con los valores personales de honestidad y respeto por los demás»
Basilio López, director general de Bralo, S.A. nace a finales del verano de 1950 en un pequeño pueblo de Soria, Montejo de Tiermes. La localidad, en el límite de las provincias de Soria, Guadalajara y Segovia, es conocida entre los aficionados a la arqueología por sus ruinas celtibéricas, muy visitadas de un tiempo a esta parte.
De padres agricultores, Basilio es el pequeño de tres hermanos, dos chicos y una chica. «Mis padres eran los ricos del pueblo, que en realidad lo que quería decir, en un sitio como Montejo y en la época que hablamos, es que tenían alguna fanega más de tierra y unas pocas más ovejas que el resto de vecinos». Al ser el más pequeño de toda la familia, incluido tíos y primos, vive su infancia entre el mimo de los mayores y el abuso del resto de chicos. «Esta situación seguramente me marca para el futuro, sobre todo en el sentido de tener que pelear por ganarme mi sitio en el mundo». Como todos los niños del pueblo fue a la escuela rural, pero no le gustaba estudiar, o por lo menos no le gustaba hacer los deberes que le mandaban para casa; prefería estar jugando en el campo o con los animales. Cuando tiene 12 años, sucede algo que le va a marcar y que confirma una de las máximas de Basilio: «La vida es un accidente». En efecto, en el verano de 1962 aparece por el pueblo un alemán encargado de arreglar el órgano de la iglesia. Basilio se siente atraído por el personaje y por su trabajo y empieza a frecuentar la iglesia y a fisgonear las labores del reparador de órganos. A los pocos días es el pequeño ayudante del alemán, le acerca las herramientas y hace algún trabajillo menor de intendencia. Dice que se le pasaban las horas sin sentir y que no echaba de menos ni juegos ni amigos. Cuando acaban el trabajo, el alemán va a hablar con los padres de Basilio y les propone tomarle como ayudante para otros trabajos de reparación en Almazán y en la capital, Soria. Les cuenta que es un chaval muy espabilado y que como no le gusta estudiar, podría aprender al menos un oficio. Visto desde la óptica actual, sorprendentemente, los padres confían a Basilio al reparador de órganos, con el que viaja durante seis meses por diferentes localidades sorianas. Cuenta Basilio que empezaban a trabajar a las nueve de la mañana y continuaban durante todo el día hasta muy tarde. Con sólo 12 años, él era el segundo del organista y, en teoría, el encargado de mandar, en su ausencia, a otros dos ayudantes. Recuerda que lloraba de rabia porque los otros dos, mucho mayores que él, no le hacían caso. Con 14 años, y ante su negativa a estudiar, sus padres le mandan a Madrid, a trabajar en una empresa de unos familiares con la condición de que, por las tardes, estudiara cultura general. Permanece en la empresa, de máquina herramienta para talleres mecánicos, durante quince años. Enseguida, con poco más de dieciséis años, ya compraba material, pagaba a representantes y, en general, tenía responsabilidades impropias de su edad, aspecto éste que se ha repetido a lo largo de su vida profesional. Por entonces ya tenía contactos con ferreterías de postín como Redondo y García, Esín o Unceta en las que trataba con profesionales mucho mayores y más experimentados que él. En su vida personal, lo pasaba bien, tenía un apartamento, coche y dinero suficiente para sus correrías. Tenía don de gentes -lo sigue teniendo- y no le faltaban amigos ni oportunidades para divertirse. Toda su vida da un vuelco cuando conoce a Lourdes, su mujer. Ella le hace replantearse todo lo que hace y su actitud ante la vida. Habla con pasión de ella, porque después de tantos años sigue tan enamorado como entonces. Afirma con convicción que «sin ella ni sería el mismo ni tendría la empresa que tengo».
Bralo
Con 32 años, decide montar su propia empresa. «Tenía claro que quería especializarme en algún tipo de consumible, en algo que tuviera venta habitual, nada de bienes de equipo. Me decidí por los remaches porque conocía bien lo que había y lo que no había en el mercado y vi un hueco». Cuando anuncia a sus antiguos jefes que se va de la empresa y se enteran que ha pedido a una de las fábricas que les suministraban remaches, que le haga su propia marca, hablan con ella e intentan vetarle. Sin un duro, con algo de dinero que le presta su hermana, monta un pequeño almacén en el barrio madrileño de Vallecas. Ficha a Raquel y empieza a hacer su catálogo y a viajar cinco días a la semana todas las semanas durante un año. Los fines de semana los dedicaba a preparar los pedidos y el lunes los llevaba a la agencia de transporte para que hiciera la distribución por todo el país. El martes a primera hora empezaba su ronda de visitas, que acababa el viernes a final del día.
Ante los problemas para conseguir un fabricante estable en España, empieza a importar remaches de otros paises, desde el principio con la marca Bralo. Primero los envases eran verdes, luego amarillos, finalmente y hasta hoy, azules. En cualquier caso, los remaches que vendía no eran todo lo buenos que a él le gustaba, la calidad no era siempre la misma y, además, él veía unas posibilidades al mercado y unos desarrollos a los productos que no compartían sus proveedores. Después de buscar sin éxito en Italia y en Francia proveedores estables y con la calidad que necesita, decide dar el paso y empieza a fabricar. Algo antes ya ensamblaba remachadoras en un nuevo almacén en Vallecas, con cuatro personas en plantilla. Cuando toma la decisión de fabricar, se cruza en su camino lo que parece una oportunidad, ya que una empresa de Paracuellos, fabricante de remaches, se pone a la venta. Habla con el dueño y se fija un precio; pero a última hora el vendedor se arrepiente. En cambio sí se pone de acuerdo con Basilio para que pueda fichar a algunos de los técnicos que trabajan en la fábrica. Con un socio, que aporta la nave, los cinco técnicos que ha fichado y el personal que ya tenía anteriormente monta su primera fábrica en Fuenlabrada (Madrid), en la calle Belmez. Compra tres máquinas a una firma de Mondragón, acordando un precio por cada una; pero, cuando llega el momento de la entrega, le quieren cobrar tres veces más por cada máquina no se las sirven. Ese momento es uno de los más duros de la vida de Basilio López, se encuentra empantanado, sin dinero para afrontar la compra y con empleados y clientes pendientes de que fuera capaz de salir del atolladero. «La negociación fue dura», cuenta. Al final llega a un acuerdo que puede asumir y, endeudado hasta las cejas, empieza la fabricación de los primeros remaches. Al poco, su socio se descuelga de la sociedad y Basilio se queda solo al frente de la empresa. A partir de ese momento, corre el año 1985, el crecimiento de Bralo es imparable. En 1991 abre su primera filial, en Francia; en 1996, Méjico y Portugal; en 1997, Chequia; en 1999, Argentina (luego cerrada); en 2001, Inglaterra; en 2002, Alemania, y en 2004, Turquía e Italia. Y lo próximo, ya una realidad, la inauguración de su fábrica en China. Dice que podrían ser mucho más grandes si fabricaran otros productos próximos a los remaches, pero «en Bralo presumimos de especialistas, de dar el máximo valor añadido a los remaches y así queremos seguir».
Superación
La trayectoria de Basilio López es la historia de superación personal de un hombre hecho a sí mismo, que ha suplido con empuje y compromiso sus carencias de formación, su desconocimiento de idiomas y la ausencia de respaldo económico. No se explica de otra forma cómo ha podido dar varias vueltas al mundo, crear una decena de filiales en tres continentes y tener clientes en todos los rincones del planeta. Como ejemplo sirva la historia de su viaje por Bélgica en busca de nuevos mercados. «Allí me puse en manos de un taxista de Bruselas. Era árabe y hablaba bien el castellano. Me llevaba en el taxi a ver a los diferentes clientes y me hacía de traductor. Además me invitaba a comer «cuscus» en su casa. Y me cobraba poquísimo». Y es que la capacidad de empatía con los demás es uno de sus puntos fuertes. De forma parecida, apoyándose en funcionarios o familiares de funcionarios de las cámaras de comercio de España en el extranjero, al volante de su propio coche o de uno de alquiler, ha recorrido Francia, Alemania, Dinamarca, Suecia… presentándose en las empresas a puerta fría o casi, para vender sus remaches.
De esa época conserva un montón de buenos amigos y muchos de los clientes que hizo entonces. Él sabe que trasmite confianza a sus interlocutores, la cual se ve respaldada con las acciones a través de los años. «Nunca he engañado a nadie, lo cual significa que en algunos casos he dicho cosas que no han gustado a mi interlocutor, pero con el tiempo creo que la gente se da cuenta de la pasta de cada uno».En 1995 inaugura la primera fase de la planta de Pinto (Madrid), que doce años y tres ampliaciones después, es una de las fábricas de remaches más modernas del mundo y modelo tecnológico, de productividad y de eficiencia logística. A la fábrica que se inaugura próximamente en China, hay que sumar una tercera que funciona a pleno rendimiento, en Méjico.
La persona
Basilio es, sobre todo, una buena persona, que trasmite confianza, que siempre mira de frente y que dice lo que piensa, aunque procurando no hacer daño a sus interlocutores. Ejerce de presidente y director general de la compañía, pero es uno más entre los más de 300 empleados que Bralo tiene en todo el mundo. Presume de que nadie se va de Bralo, «muchos de los que empezaron conmigo, hace más de 20 años, siguen en la empresa». A la pregunta de por qué cree que es así, dice que su fórmula es dejar hacer a la gente, dejarla que se equivoque y respaldarla siempre. Eso sí, no soporta que quien se ha equivocado le mienta o le oculte el fallo. «Todos somos iguales, cada uno con su responsabilidad. Yo trato de transmitirles seguridad en lo que hacemos, que estén a gusto con su trabajo, y trato de predicar con el ejemplo». Piensa jubilarse a los 65, pero mientras tanto está dedicado en cuerpo y alma a la empresa. Considera amigos a la mayoría de los clientes, «será porque defiendo nuestros productos y nuestros intereses, pero también sus intereses; quiero ganar mi parte, pero también quiero que ganen ellos».
Otro principio es separar amistad y negocio. Por eso en el palco que desde hace años tiene en el fondo norte del estadio Bernabeu no se habla nunca de negocios, aunque siempre está lleno de clientes, «de amigos» dice él. Respecto a la soledad del emprendedor dice que «he sentido muchas veces la soledad de la decisión. He sufrido muchas veces cuando no siempre he podido dar todo lo que me han pedido».
Habla de los valores como del soporte principal de la existencia. «He tenido todas las cartas para haber sido un golfete, pero siempre me han acompañado los principios que aprendí de niño, la honestidad, ir de frente por la vida. Si alguien te la juega le puedes llamar de todo en ese momento, pero luego continuar la vida con normalidad, con respeto y buscando la máxima armonía». «A lo largo de mi trayectoria he oído cosas como que hay gente que te envidia y yo digo envidia de qué, ¿de que trabajo más? Disfruto con el éxito de los demás, y me emociono con el esfuerzo y el éxito de quien se lo ha ganado a pulso. No entiendo, sin embargo, las zancadillas. La gente se equivoca si cree que puede hacerte daño cuando te hace una jugarreta». Habla con devoción de su mujer y de sus dos hijos, «mi hija ya ha empezado a trabajar en una consultoría, mi hijo está todavía en la facultad. Los dos son estupendos estudiantes y es que creo que si hay una buena base en la familia, todo funciona de forma natural. Lourdes es mi apoyo, lo mejor que me ha pasado en la vida».