José Leopoldo Portela
(1934)
Cargo:
Propietario del Grupo Portela
Lugar de nacimiento:
Sanjenjo (Pontevedra)
Los otros finalistas:
Felipe González
José Luis López
«Todo lo que aprendimos se le debemos a los clientes, Si me decían, ¡Portela, pide de esto que se vende bien!, yo lo compraba»
José Leopoldo Portela, excepto para los amigos de Sanjenjo -localidad donde nació en 1934-, que le llaman Leopoldiño, es simplemente Portela. Su vida, plasmada en una autobiografía escrita de un tirón, de su puño y letra, en 298 folios y editada en 2007 por Hércules Ediciones, es una sucesión interminable de acontecimientos que han marcado una personalidad y forjado un carácter capaz de superar los numerosísimos obstáculos que la han jalonado.
En nuestra larga conversación hace gala de una memoria prodigiosa. Se acuerda de fechas, nombres, precios y anécdotas sucedidas hace 20, 40, 60 años como si fuera ayer. Habla tanto y tiene tantas cosas que contar que me paso más de seis horas escuchando, casi sin tomar notas.
Pescador y minero
La infancia de Portela parece sacada de un libro de Charles Dickens. Hijo de madre soltera, a su vez hija de madre soltera, vive los duros años de la posguerra, con sus dos hermanas, entre Portonovo –parroquia del ayuntamiento de Sanjenjo- y Meaño, “pasando bastante hambre”. Su madre se dedicaba a la venta de pescado y hacía todos los días doce kilómetros con 40 kg en la cabeza. “En la mayoría de los casos cobraba en especie, por lo que el peso de la cabeza era casi siempre constante”. A los diez años empezó a trabajar en un barco de pesca. “El salario de un aprendiz de mi edad era ‘un cuartón’, es decir la cuarta parte de lo que cobrara un hombre marinero”. Varias veces estuvo a punto de morir ahogado, “una de ellas, estaba tan asfixiado que tuvieron que llevarme al hospital de Pontevedra para reanimarme”. En 1948, con catorce años, después de cuatro años en el mar como aprendiz, obtiene la cartilla de navegación.
Al cumplir los dieciséis decide, con un compañero del último pesquero en el que trabajó, embarcarse en un carguero, “pero por medio nos llegó la noticia de un paisano de Portonovo que ganaba mucho dinero en la minería y cambiamos el mar por Moreda de Aller”. Llegaron en el peor momento, dos meses antes de la Navidad, cuando las minas no contrataban a nadie, para ahorrarse la paga extra.
Así, estuvo dos meses quitándose el hambre sacrificando cabras en una carnicería a cambio de manutención o descargando vagones de carbón de diez toneladas con una pala, hasta que consiguió la recomendación de un paisano gallego para trabajar en un pozo de Moreda, el San Antonio, uno de los más peligrosos de toda la minería asturiana. “Hubo épocas en que moría un minero diario en el pozo”. Empezó como ayudante de picador y “cumplía una jornada de ocho horas diarias, con el doble dos veces por semana. El primer mes que cobré no me llegó para pagar a la patrona y tuve que acudir a la residencia de la empresa, que con diez pesetas diarias te ofrecía comida y cama, en literas de tres pisos”.
Poco a poco fue haciéndose un nombre en la mina y como su afán era ganar dinero para poder enviar a su madre “llegué a trabajar en ocasiones ciento cuarenta horas extras al mes”. Con 17 años ya era picador “uno de los más jóvenes del pozo”. El primer sueldo que cobró como picador se lo robaron –años más tarde supo que fueron sus propios amigos- y ese mes no pudo pagar en la tienda donde compraba a crédito ni mandar dinero a su madre. “Este episodio me marcó mucho en la vida, pues me volví muy desconfiado”.
Por aquel entonces, Portela no sabía leer ni escribir y empezó a ir a una academia particular. “Cuando aprendí un poco me dedicaba los fines de semana a escribir cartas a las familias de los compañeros gallegos, pues la mayoría de ellos eran analfabetos”. Su primera experiencia como empresario fue una pescadería, que montó en Caborana, ayudado por su hermana pequeña, Pilar. Fue un fracaso absoluto. “Era demasiado joven y bastante irresponsable. Me compré una moto y eso me hizo abandonar el negocio y todo me fue fatal”.Sin embargo, al mismo tiempo que fracasa su negocio, conoció a su primera mujer, Mari, trece años mayor que él, separada y con una hija. “Con ella tuve mis dos hijos, Javier y Leopoldo”. Acuciado por las deudas de la pescadería, decide dejar Asturias y marchar con su compañera a León a buscar trabajo de nuevo en la minería. Pasa por varios pozos leoneses y asturianos acumulando experiencia -me salvaron la vida y yo ya salve también a otros compañeros”- y experiencias. “Un día, jugando a las cartas, perdí 500 pesetas. Tenía 500, llegué a ganar 3.000 y por seguir al julepe, que no sabía, perdí lo ganado y lo que llevaba. Desde entonces no he vuelto a apostar nunca dinero en el juego”. En 1960 entra a trabajar en la mina de “La Camocha”, donde contacta con el Partido Comunista. Al poco tiempo, su mujer enferma de cáncer y fallece en poco tiempo tras grandes sufrimientos. Portela se queda viudo y con dos niños pequeños.
Militante comunista
Corren los primeros años sesenta y Portela se encuentra muy integrado en el Partido Comunista. En 1962 se convocan la primeras huelgas en La Camocha. En una de ellas “estuvimos tres meses sin trabajar y paramos toda la minería y la metalurgia. El hambre era terrible y mi panorama desolador, con mi mujer enferma y dos chiquillos pequeños sin tener qué darles de comer. Y la represión posterior fue aún peor. Pero conseguimos muchas reivindicaciones, entre ellas, que al retirarte de la mina no tuvieras que dejar la casa que te había ofrecido la empresa como trabajador de la misma”.
Tras la huelga de 1963 ingresó en el Partido Comunista, encuadrándose en una de las organizaciones de El Llano. “Aquellas reuniones clandestinas eran emocionantes; cada día se hablaba y se hacían cosas distintas. Aunque enseguida me di cuenta de los distintos puntos de vista que existían en el movimiento obrero: el católico, cuyo objetivo era formar al individuo y, por otro, el Partido Comunista, consagrado a la lucha. Con el paso de los años, veo que manejábamos una información muy parcial y que eso nos llevó al fanatismo puro”.
Mientras, en La Camocha, Portela ejercía una nueva responsabilidad, la de monitor de picadores, “donde disfrutaba mucho, porque ver cómo evolucionan los chavales día a día te aporta mucha satisfacción”.
La situación sanitaria de los mineros era, por aquella época, desastrosa y tras algunas muertes por silicosis, se planteó una huelga muy importante en 1964, que duró cuatro meses. Para sobrevivir, Portela tuvo -entre otras cosas- que empeñar los anillos de matrimonio en el Monte de Piedad. Los que como él ya tenían declarado el primer grado de silicosis lo pasaban muy mal porque no podían trasladarse a otra empresa minera. “En aquellos días, debido al numeroso material que recibía del Partido y de Comisiones Obreras, tuve que crear dos zulos en mi casa”. Cada primero de mayo, desde 1962 a 1969, lo llevaban a la comisaría y en una ocasión policías de la Brigada Político Social le propusieron que fuera su hombre infiltrado en La Camocha. “Antes muerto que traidor, respondí sin dudarlo”. Después de una reunión clandestina multitudinaria en su casa, alguien le delató y le metieron en la comisaría donde fue torturado. “Recuerdo que intentaron que firmara un documento tras interrogarme, pero me negué”. En 1965, le retiran de la minería por tener el segundo grado de silicosis. “Todavía debía dinero de la anterior huelga y pasaba de ganar 20.000 pesetas como minero de primera a 3.750, y tenía que mantener a mis dos hijos pequeños y a mi madre, que había venido de Galicia para cuidarlos tras la muerte de mi mujer”. Al día siguiente de darle de baja en la minería, empieza a trabajar en la empresa de una viuda, a limpiar barcos. “En la mina tenía la máxima categoría, pero fuera era un peón más”. Así que también trabajaba sábados y domingos como camarero en el Centro Gallego, de Gijón.
Cuando ahorró algo de dinero y con el aval de dos compañeros del Partido, compró un motocarro para hacer portes en general, en el cual hizo un pequeño zulo para guardar la propaganda del Partido y de Comisiones Obreras. Cuando se incrementó el nivel de trabajo compró una furgoneta y se asoció con su cuñado.
En 1967 se funda la Sociedad Cultural Pumarín, de la que Portela llegó ser presidente y en la que se celebraban multitud de conferencias y otros actos culturales. En 1968 se produce la ‘Primavera de Praga’ y Portela y sus compañeros de partido se ponen del lado de los rusos, en contra del Eurocomunismo de Carrillo y el PCE. “Visto desde hoy, hay que reconocer que estábamos muy fanatizados y no éramos capaces de ver la realidad de las cosas”. Se apunta a la Universidad Laboral de Gijón para aprender cultura general y mecanografía, “lo que me sirvió, cuando monté la ferretería, para hacer miles de facturas”.
A principios de 1970 le detectan un herida en el pulmón provocada por la silicosis, le prescriben reposo absoluto e ingresa en un sanatorio de Lugo. “No podía ni con la maleta, me tuvo que ayudar un compañero a llevarla a la estación del autobús”. Del sanatorio de Lugo le expulsan por firmar una carta en la que denunciaba, con otros internos, la mala alimentación que les daban. Le envían a Castellón, donde un médico “me enseñó a respirar empleando el diafragma. De esa forma la capacidad de respiración se multiplicaba hasta por tres”. Poco después se dio de baja del Partido Comunista de España por desacuerdos con el Comité Central.
Empresario
En 1971, una vez dado de alta, empieza su vida como industrial. “Un amigo me recomendó para distribuir a comisión herrajes para carpintería de aluminio de Talleres San Antonio, una empresa de la provincia de León. Al principio vendía poco, pero vino uno de los fundadores de la empresa, Juan Turiel, y me enseñó las técnicas de venta que me sirvieron para entrar a vender en los talleres. La cosa empezó a ir bien y utilizaba el sótano de mi casa de Contrueces para almacenar mercancía”. Pronto, fue imposible seguir allí y decidió alquilar un bajo de unos 80 m², al lado de la Avenida Schultz, en Gijón. “Hicimos una pequeña exposición de herrajes en un escaparate y la gente empezó a relacionarnos con la ferretería. Como no teníamos ni idea, ni mi hijo Poldo -que se había venido a trabajar conmigo- ni yo, de los otros productos que nos pedían, a veces decíamos que no teníamos de eso porque estaban en huelga los proveedores”. Sin embargo, por el boca a boca, empezaron a conocerles varios fabricantes de cerraduras como MCM o CVL, “que nos trataron muy bien, que nos enseñaron mucho y que no pretendían cargarnos de mercancía. Por mi parte, yo acudía a cualquier feria de ferretería y herrajes que se celebrara en España. Me traía la furgoneta llena de información e iba aprendiendo poco a poco nuevos productos y proveedores”. Como el espacio se les quedaba muy pequeño, Portela decidió alquilar otro local anexo, en el que había una mercería –droguería. “Le dejé a mi hermana Pili la tienda para que la atendiera y nosotros ocupamos el almacén para llenarlo de mercancía. El día que decidimos ponerle nombre a la ferretería un amigo me sugirió que al tener dos hijos le podríamos llamar ‘Portela Hermanos’ y así se quedó”.
Portela reconoce que “todo lo que aprendimos se le debemos a los clientes, Si me decían, ¡Portela, pide de esto que se vende bien!, yo lo compraba”. El problema es que el negocio crecía tan rápido que las deudas de los clientes le impedían pagar sus deudas con proveedores. Le faltaba financiación. “Devolvíamos letras a patadas, hasta que, por una parte, empezamos a vender cara al público y, por otra, abrimos sendas pólizas de crédito de cien mil pesetas en el Banco Herrero y en el Banco de Bilbao, que nos dieron cierto alivio”.
Portela visitaba, haciendo auto-venta, semanalmente todas las empresas especializadas en aluminio de Asturias y Galicia y se acabó convirtiendo en el referente del sector en la zona. “Mi falta de conocimientos empresariales me llevó a que hasta 1985 vendiera mucho y no ganara nada. Siempre estaba endeudado con los proveedores y los bancos. Aún así, mis empleados siempre cobraron a final de mes e, incluso, a algunos les presté dinero para la entrada de los pisos que compraron”. En 1985 encarga a una empresa de consulting que le hagan un diagnóstico de la empresa y le propongan soluciones para salir del círculo vicioso en el que se encontraba metido. “Coensa fue la empresa que me cambió la vida. Empezamos a planificar el trabajo y a tener en cuenta los temas financieros. Desde entonces, en esta casa no se ha vuelto a devolver ni una letra”.
Y en 1986 se pudo comprar su primer coche, un Renault 9 haciendo honor a la promesa que se había hecho a sí mismo de no comprarse uno hasta que no dejara de devolver letras a los proveedores.
El hombre
A punto de cumplir 75 años, José Leopoldo Portela tiene una vitalidad envidiable. Nadie diría que empezó a trabajar con diez años, que estuvo a punto de morir ahogado varias veces en el mar o enterrado en la mina, que pasó mucha hambre, que fue dado de baja por silicosis de segundo grado con poco más de treinta años, que se quedó viudo con dos hijos muy pequeños, que vivió catorce años sin compañera por la promesa que le hizo a su madre, que fue encarcelado varias veces durante su época militante y que fue torturado; que tuvo que ver cómo sus dos hijos se metían en el mundo de la droga, que sufrió la muerte del mayor de ellos; que perdió lo poco que tenía, varias veces; que sufrió el desencanto del comunismo al que había dedicado gran parte de su vida. Sin embargo, no hay poso de amargura en sus palabras. Cuenta todo como si hubiera sido espectador y no protagonista de su vida. Recuerda sólo el nombre de las buenas personas, de los que le ayudaron, “de los otros, prefiero no acordarme, no merece la pena”. Reconoce los errores de su juventud y el fanatismo provocado por el desconocimiento de la verdad, de su pasado comunista; pero confiesa que fueron los mejores años de su vida: “nos movía el idealismo, ayudar a los trabajadores, mejorar el mundo, acabar con las injusticias del régimen…”. Puso su casa al servicio de los compañeros del partido y de otros trabajadores perseguidos, les ayudó a ellos y a sus familias, se comprometió con sus hijos para sacarlos de la droga y colaboró con la asociación El Patriarca para ayudar a otros jóvenes a dejar esa lacra, dándoles trabajo y contribuyendo con recursos, para acogerlos en establecimientos dignos.
Hoy sigue acudiendo puntualmente todos los días a la empresa, al Polígono Mora Garay de Tremañes, Gijón, y aunque su hijo Poldo -administrador, que dirige todo el tema comercial-, el gerente y el resto de directivos llevan el día a día “mejor que yo”, sigue ejerciendo el liderazgo de un grupo con cuatro sociedades, con sesenta trabajadores, cinco puntos de venta, con una alta especialización en la carpintería de aluminio y que responde a un dicho popular que a Portela le llena de alegría: “Lo que no encuentres en Portela, no lo busques en otro sitio, que no lo encontrarás”.