José Luis López
(1957)
Cargo:
Propietario de Ferretería La Fortuna
Lugar de nacimiento:
Madrid (Madrid)
Los otros finalistas:
José Leopoldo Portela
Felipe González
«La crisis me ha hecho mejor empresario y mejor persona. Ahora soy más consciente de lo que significa la palabra empresario, de la enorme fuerza que tiene una familia unida, de la buena gente que nos rodea. No se me puede olvidar el ejemplo de algunos de nuestros trabajadores, que se mostraron dispuestos a estar sin cobrar algunos meses para contribuir a reflotar la empresa. Son vivencias increíbles»
José Luis López es un ferretero de raza, de los que empiezan de mozo aprendiendo desde abajo y acaban abriendo su propia tienda. Eso sí, con una particularidad. Su ferretería se ha convertido en una de las más importantes de España, algo inimaginable para un negocio que hace veinte años no era más que un puesto en el Rastro madrileño
El peso de la familia
José Luis López es madrileño de Carabanchel y eso, cuando vino al mundo, a mediados de los cincuenta, imprimía carácter. Quinto hijo de una familia humilde, fue el primero de los hermanos que nació en un hospital, el Gómez Ulla, donde su padre ejercía de funcionario, el resto había nacido en casa. Vino al mundo cuando ya nadie lo esperaba. El hermano que le seguía tenía once años más que él y el mayor le sacaba veintiuno. Era el pequeño, sí, pero con tanta diferencia que es casi como si hubiera sido el primero. “En aquellos años, vivíamos en la calle. Salíamos del colegio y nos íbamos con los amigos hasta las tantas, hasta que nuestras madres, cansadas de tanto llamarnos por el balcón, nos amenazaban con algún castigo ejemplar”. Era bueno con los estudios –estudiaba con beca–, pero no le gustaba estar metido en el colegio todo el día y, además, quería tener dinero en el bolsillo para alternar con los colegas –ir al cine, a los billares– o comprarse lo que encartase –unos tebeos, cromos o una peseta de regaliz–. “Yo era un negociante desde pequeño. Había chavales que no hacían los deberes y yo se los dejaba copiar a cambio de un bollo o del bocata”.
A los 14 años, deja el colegio y se pone a trabajar como chico de los recados en la ferretería Redondo y García, del Paseo de las Delicias donde, por aquel entonces, mandaba y mucho –como encargado de la tienda– el recordado Francisco Noriega. En aquellos años, para entrar a trabajar de aprendiz en cualquier empresa había que ir recomendado. A José Luis lo recomendó un vecino de la casa donde vivía. Por aquellos años, todos sus hermanos tenían ya un oficio. “Mis hermanos eran mis idolos” cuenta. En la ferretería se va familiarizando con las diferentes familias de productos y ganándose la confianza de sus jefes y el aprecio de los compañeros. Cuando le llaman a filas, es un muy espabilado ayudante de ferretería. “En esa época, la mili te partía la vida. Te pasabas 18 meses en el ejército. A mí me tocó hacer el campamento en Almería y el cuartel en Ronda, en un regimiento muy duro, porque allí iban a parar todos los rebotados de África. Y, además, había cuerpos de élite como las COES y la Legión, que hacía que todos fuéramos de cabeza. Para salir de allí, decidí hacer el curso de cabo y luego de cabo primero. Así logré el traslado a Málaga, a un destino más cómodo, donde pasé el resto de mi mili”.
Cuando vuelve a la vida civil, José Luis descubre que “España había cambiado. Yo recordaba un Madrid gris, con poca gente, aburrido y, cuando llego de Málaga después de año y medio, me encuentro una ebullición social y política increíble”. Vuelve al trabajo y, por fin, le nombran dependiente en el Paseo de las Delicias, donde se va especializando en el área de suministros para la industria. Y se reincorpora a Comisiones Obreras. “Me convierto en un ‘rojazo’, el sindicato, la Joven Guardia Roja, las manifestaciones, las huelgas…”. Era, sin embargo, un caso muy especial. Defendía a los trabajadores, pero no para hundir a la empresa, sino para mejorarla. Recuerda una reunión en Redondo con los directivos y los trabajadores en la que, para sorpresa de todos, recordó a algunos compañeros que para pedir y recibir, primero hay que dar”. Porque José Luis tiene un sentido muy acendrado de la justicia y siempre ha llamado al pan, pan y al vino, vino.
Cuando le pregunto cómo encajaba un revolucionario como él en una organización como Redondo y García en los años setenta, me cuenta que “yo era un contestatario, pero trabajador y profesional y tenía el reconocimiento de mis jefes”.
La Fortuna
‘El pelos’, como llamaban a José Luis por aquellos años –pelo a lo afro, barba y bigote, pantalones campana y zapatos con alza- era trabajador y muy inquieto. “Yo sabía que aunque me tenían bien considerado, había llegado allí a mi techo profesional. No podía aspirar a más que a ser un dependiente, al menos durante muchos años. Y eso no era suficiente para mí, necesitaba más”.Cuando conoce a Charo, su mujer, encuentra una válvula de escape para su espíritu emprendedor. Ella tenía un puesto en el Rastro en el que vendía el material que compraba donde trabajaba entre semana y José Luis se iba los domingos con ellos para ayudarles. Enseguida empezó a introducir productos de ferretería que sacaba de Redondo. “Hablé con Javier García y le convencí para que me vendiera material descatalogado y maulas, que en aquella época había de sobra en cualquier comercio del ramo”. Así pasaron diez años, en los cuales el puesto de juguetes, material de oficina, revistas y otros, fue creciendo y se convirtió en un significado escaparate de productos de ferretería y en la base de su futura empresa. La actividad de José Luis en esos años fue muy intensa. Cuando salía de trabajar en Redondo, con jornada partida. recogía mercancías para llevar donde almacenaban los artículos que vendían el domingo en el puesto. Los domingos, desde muy temprano, en el Rastro y los sábados… “alguno descansábamos”.
Con 32 años, después de 18 en Redondo y García, José Luis pide la cuenta y se pone por su cuenta. “Cuando le cuento a Javier que me voy, me pregunta por qué. Le cuento mis inquietudes y me dice ‘Si quieres te dejo mi sillón…’ Yo quería volar por mi cuenta y, con mucho dolor –porque eran muchos años en la empresa–, con la ayuda del puesto del Rastro y con muy poco dinero, montamos el primer local de ferretería en el barrio de La Fortuna, en la calle Fátima, justo debajo del piso que mi mujer y yo acabábamos de comprar”. Eran 70 metros cuadrados, que José Luis fue llenando, comprando en el Ferr Cash de Comafe, con el dinero que le dieron en el paro. El dinero no duró mucho, pero como las pretensiones iniciales eran modestas, fueron saliendo adelante. Charo le ayudaba en el mostrador y, poco a poco, con el apoyo de algunos clientes antiguos que le siguieron y los profesionales de la zona, fue haciéndose un hueco en el mercado del suministro a la industria. “A mí lo que me gustaba era la tornillería y la máquina herramienta”.
“Yo era vendedor y no sabía comprar, así que me tuve que apoyar en los almacenistas especializados como Gonsol, Imarfe y otros operadores como Aghasa, de los que aprendí mucho”.
El primer año no llegan a los 40 millones de pesetas –240.000 euros de hoy– pero son suficientes para seguir. Siguen compatibilizando La Fortuna con el puesto del Rastro y José Luis empieza a salir a la calle a captar clientes. “En los primeros años, la apuesta era dar más servicio que nadie”. Y todo se empieza a quedar pequeño, los 70 metros de la ferretería, y el trastero casero –lleno de artículos–. Alquilan enfrente otro local de esquina y empiezan a vender gas, artículos de los veinte duros, etc. Al poco tiempo cogen otro local y al cabo de siete años, tienen tres tiendas abiertas al público en la misma calle, en un radio de pocas decenas de metros.
“En ese momento decidimos dar el paso a una nave industrial. Estaban construyendo unas nuevas en las afueras del barrio y decidí comprar una de 500 metros. Fue un cambio radical. Me acuerdo de lo que disfrutaba los fines de semana colocando a capricho cada detalle”. A partir de ahí, el crecimiento de La Fortuna es espectacular. Casi cada año van añadiendo más naves, hasta sumar una superficie de 2.400 metros cuadrados. Luego alquilan almacenes en Alcorcón, en Villaverde y, en 2004, abren una tienda en Getafe. “Todas las expectativas quedaban rápidamente superadas y en 2005 compramos un terreno de 5.000 metros en Casarrubios del Monte, localidad toledana limítrofe con la provincia de Madrid, y preparamos un proyecto para años de fuerte crecimiento económico”.
La crisis
Por si no era poco el esfuerzo que durante toda su vida ha tenido que hacer para salir adelante, José Luis se encuentra en 2006 con un problema que está a punto de llevarse por delante La Fortuna. Un empleado de total confianza, el jefe de administración y contable de la empresa, en connivencia con un representante, le estafa, provocándole un quebranto patrimonial de consecuencias casi fatales. “El 15 de septiembre nos pidió la cuenta y desapareció. Había dejado todo preparado para que el 20 de octubre la Fortuna hiciera ‘crack’. El mazazo fue tremendo. Nos creíamos que teníamos mucho y la realidad es que lo que teníamos eran deudas”. En junio de ese mismo año José Luis había recibido cinco “Premios a la Excelencia en la Distribución de Productos de Ferretería y Bricolaje” y a finales de septiembre se entera de que está casi en la ruina. Se puede entender su frustración. “Fueron días de mucho llorar. Tenía una sensación muy profunda de que había fallado a la empresa y a mi familia. Estaba literalmente hundido, dispuesto a tirar la toalla. Pero, como siempre, la familia es la que te saca del hoyo. Mis hijas y mi mujer me dieron todo su apoyo y decidí luchar”. La familia y amigos de verdad, entre los que destaca sobremanera a Darío Alonso, “que se volcó como uno más de la familia. Cuando le dije lo que nos pasaba, él y su mujer se vinieron a nuestra casa el fin de semana y estuvieron con nosotros hasta que trazamos una hoja de ruta para salir del lío en el que estábamos”. A fe que lo hizo. En tres días contactó con los 20 principales proveedores y consiguió refinanciar los pagos que vencían –como había preparado el estafador– el 20 de octubre. “Ahí me di cuenta que en este sector había gente con principios, con cabeza y corazón. También lloré de emoción cuando vi que todos entendían nuestra situación y se ofrecieron a ayudarnos”. Proveedores, clientes y amigos –muchos amigos- se volcaron. Con él, que, por cierto, tenía bien ganada fama de persona desprendida y generosa a lo largo de su larga trayectoria profesional.
La experiencia fue malísima y, sin embargo, José Luis le encuentra la parte positiva: “La crisis me ha hecho mejor empresario y mejor persona. Ahora soy más consciente de lo que significa la palabra empresario, de la enorme fuerza que tiene una familia unida, de la buena gente que nos rodea. No se me puede olvidar el ejemplo de algunos de nuestros trabajadores, que se mostraron dispuestos a estar sin cobrar algunos meses para contribuir a reflotar la empresa. Son vivencias increíbles”. Se dio cuenta de que la empresa se había hecho más grande que él y que había sido un inconsciente al dejar determinados asuntos claves en manos de personas ajenas a la familia. Ahora, el control de Ferretería La Fortuna es totalmente familiar: él y sus hijas Patricia (junto a él en la foto de esta página) y Tamara.
La familia, los amigos y el ‘Aleti’
La vida de José Luis de los últimos veinte años se ha dividido entre La Fortuna, la familia, los amigos y el Atlético de Madrid, su “Aleti”. Él dice que quiere mucho a la empresa, pero que la familia está por encima de todo. Que eso también lo aprendió de sus padres, como el valor del esfuerzo, la austeridad, la sencillez, la generosidad y el resto de valores, que sólo se pueden aprender de verdad dentro de una familia. Charo, su mujer, y sus hijas, Patricia y Tamara, le tienen en palmitas, le adoran. “Mi mujer y mis hijas hemos estado siempre muy unidos. Desde muy pequeñas, las niñas han estado con nosotros en el negocio. Como ejemplos, a Patricia la envolvíamos en una manta y la llevábamos los domingos al Rastro; a las 7 de la mañana, en invierno y en verano. Cuando abrimos La Fortuna, Tamara tenía tres meses y, para que Charo pudiera atender el mostrador y cuidar a la niña, la metíamos en una caja de cartón grande y la poníamos junto a la estufa. En cuanto pudimos, mi mujer se quedó en casa para estar con ellas, pero los primeros años fueron duros y tuvimos que apañarnos así”. Se le ve encantado con que Patricia y Tamara trabajen en la empresa y tiene claro que su sucesión al frente de La Fortuna está garantizada.
“Para un chico de los años 50 y nacido en Carabanchel, los amigos han sido siempre fundamentales. Cuando éramos chavales, la pandilla era tu segunda familia”. Cuenta también lo duro que era hacerse un sitio en el barrio. “Si no te ponías en tu sitio y te hacías respetar, te comían. Y yo no era de los que aceptaba que le avasallaran, y prefería dar que recibir”. Es lo que vulgarmente se conoce como la ley de la calle.
“La calle es así: las asignaturas son muy duras y la reválida una patada en los…” –dice–. También, los años del Rastro fueron difíciles. “Había que defender el puesto de los rateros y de los gamberros”. Pero José Luis no era el típico matón. Se defendía, sí, pero nunca era el primero en dar. Ha luchado siempre contra la injusticia y sobre todo, ha sido y es un hombre generoso, sencillo y amigable. Y además –espero que no se moleste por decirlo– un tipo tierno y entrañable, familiar y muy amigo de sus amigos.
Y del Aleti. De los que sufrían con las derrotas y se emocionaba con los títulos. Hasta 2007 tenía un palco en el estadio del Manzanares por el que pasaron cientos de clientes, proveedores y colegas de profesión, a los que agasajaba como el mejor de los anfitriones. Sin pedir ni esperar nada a cambio.
El emprendedor
Hombre de la calle, intuitivo, inquieto y peleón, José Luis López es el típico emprendedor hecho a sí mismo que ha aprendido un poco de todos, que ha asimilado cada vivencia y la ha aplicado de la mejor manera a su negocio. Sabe que para pedir hay que dar y él ha dado ejemplo sobrado de trabajo y de servicio. Y la gente que le rodea le reconoce su esfuerzo y su ejemplo.
“A lo largo de estos años, he ido creándome necesidades para seguir avanzando”. Y ha ido identificando necesidades en el mercado que ha sabido satisfacer. Primero, con el mejor servicio al cliente, se fue haciendo un hueco en el mercado y generando confianza. Luego, con promociones en vallas y otras, se fue haciendo un nombre y reforzando la confianza de los clientes. Por último, identificando oportunidades de negocio y adelantándose a las exigencias de los clientes, se ha posicionado como uno de los suministros de referencia en Madrid.
Y siempre buscando el mejor acomodo para la empresa y las mejores condiciones para los clientes. “La crisis interna me ha enseñado también a mirar hacia adentro y reorientar la empresa para ser más eficiente, más competitivo y generar más beneficios para garantizar el futuro”. Aunque sigue reconociendo que es un blando para cobrar. Por eso, su hija Patricia –“mi mano derecha, dice”– es quien gestiona ahora los cobros.
Ahora se siente más fuerte que nunca. “Soy menos agresivo, tengo más paz. Veo las cosas con más serenidad y con más perspectiva, Me siento capaz de encajar todos los golpes, hasta que se canse quien me golpea. Yo soy más fuerte”.