Justino ‘Tito’ Barbosa
(1939)
Cargo:
Director General de Barbosa e Hijos, S.L.
Lugar de nacimiento:
Orense (Orense)
Los otros finalistas:
Ramón Pajares Manresa
Basilio López
Pensamientos
Todas las noches, desde hace 52 años, le pido a Dios por el alma de D. Enrique Cruz Delgado. Y es que con 16 años mi padre me mandó de viaje a vender cepillos. En cuatro días no vendí nada en la ruta que me había marcado. El jueves por la tarde fui a Villoria y ya estaba desesperado porque no había vendido ni un cepillo y mi padre me iba a matar. Pasé por un puente y por un momento se me pasó por la cabeza tirar la caja de cepillos al Río y después tirarme yo; pero decidí que ni hablar. En vez de eso, me fui a un bar, me tomé una copa de coñac y volví a una tienda en la que ya había estado antes y no me habían hecho ni caso. El dueño, D. Enrique Cruz Delgado, me dio una segunda oportunidad y me compró 50 docenas de cepillos, por importe de 3.500 pesetas -yo había gastado en todo el viaje unas 350 pesetas-. Ésto me dio fuerza y al día siguiente, viernes, volví a otros establecimientos donde había estado y, mejorando el discurso que había empleado en mis anterior visitas, conseguí vender muchos más cepillos. Lo curioso de todo ésto es que D. Enrique no me volvió a comprar un cepillo nunca más en su vida; pero en aquel momento me salvó la vida»
Justino Barbosa, Tito para sus muchísimos amigos, nace en Orense el 10 de septiembre de 1939 y es el tercero de seis hermanos. Su padre trabajaba entonces con sus otros tres hermanos -tíos de Tito- en la pequeña fábrica artesanal de cepillos, ‘La Industrial Cepillera Orensana’, que dirige su abuelo. Éste, jugador y mujeriego, acaba en la cárcel y la fábrica se pone a nombre de un tío suyo y, más adelante, a nombre del padre de Tito. «La fábrica daba para tan poco que con dificultad podíamos vivir las cuatro familias Barbosa que trabajábamos allí. Fue mi padre el que tuvo la fuerza para mantener a toda la familia unida y sacar adelante la empresa».
Contada por él, la historia parece sacada de un relato de Dickens. «La fábrica era una fábrica de miseria. Mi madre, que atendía a seis niños pequeños y lavaba de noche durante dos horas después de hacer 72 cepillos diarios a mano, deshacía los colchones de pelo de caballo para hacer brochas. Yo, que iba al colegio como párvulo, en los recreos aprovechaba para cargar los cepillos y repartirlos en un remolque a los clientes de Orense. Cómo sería la cosa que cuando llegaba la temporada de los balnearios, en marzo y abril, íbamos a buscar a los clientes que venían a hacer los tratamientos para alquilarles habitaciones en casa y, según se iban llenando las habitaciones, los seis hermanos íbamos saliendo a dormir al pasillo». Por otra parte, Tito, desde pequeño, ha sido un gran emprendedor. Como ejemplo, cuenta que «con ocho años recogía huesos por las calles, los trituraba y los vendía como pienso. También ayudaba a un paisano a matar gallinas, el cual me pagaba todos los días con una gallina, que llevaba a casa. Pero, además, las gallinas que se morían y que no se podían vender en el mercado, me las llevaba, las enterraba y, días después, cuando se pudrían, vendía los gusanos a los pescadores».
Con once años, sale del colegio de los Salesianos y entra en el seminario de Comillas, donde permanece hasta los quince. «Yo tenía vocación desde chico, y ya había sido monaguillo desde pequeño». Cuando cumple cuatro años en el seminario tiene un altercado con un cura y le expulsan. Tito cuenta la truculenta historia, de la que se desprende que fue una expulsión injusta, pero cuando llegó a casa, su padre le dio lo suyo y lo del pulpo. Tito lo tiene claro: «Si hubiera seguido en el seminario, hoy sería Papa». Empieza a trabajar en un almacén de paquetería, donde pasa ocho meses, antes de volver a la empresa familiar. Después del trabajo, con una bicicleta, iba a vender puntas por los talleres. Siempre estaba pensando en cómo conseguir dinero y con diecisiete y dieciocho años, se dedicaba a comprar chatarra con dinero que le prestaba su padre. Los domingos por la tarde, con una bicicleta, iba a venderla, le devolvía el dinero a su padre y la ganancia se la entregaba a su madre. Porque «yo no trabajaba para tener dinero, todo el que ganaba se lo entregaba a mi madre».
Y como siempre encontraba tiempo para buscar y hacer «trabajos adicionales» al de la empresa, con 20 años, con una moto comprada de contrabando, negociaba por la costa gallega con cobre y lo que se terciara. «En la empresa, todo el mundo trabajaba mucho, mi padre y mis tíos; pero a mi padre le dejaban la responsabilidad de dirigir. Yo, con poco más de 20 años, era el vendedor de la fábrica». Hay una anécdota de unos años más tarde que revela el carácter y la condición de Tito Barbosa. En noviembre de 1968, una fábrica de Bilbao con buena reputación pone a la venta sus existencias de cepillos. Tito y su padre discuten la oportunidad de hacerse con esa mercancía, pero éste se niega en redondo. Tito toma la iniciativa y se va a Bilbao, compra los cepillos por 550.000 pesetas -con un dinero que no tenía- y los carga en camiones. Hace un improvisado muestrario y, en el viaje de Bilbao a Orense, va vendiendo, de localidad en localidad, las existencias. Cuando llega a Orense ya había ganado más de lo que le costaron los cepillos. Ese momento fue el punto de inflexión de la empresa, que empieza a despegar de forma notoria. Cuando se jubila su padre, con 65 años, deja en la fábrica todas las existencias pero ni una peseta. Tito y dos hermanos varones se hacen cargo de la misma y se quedan durante un año en los mismos locales, muy cerca de donde vive el padre.
Luego compran un local de 1.000 metros cuadrados al otro lado de Orense «para quitarnos de encima a mi padre»; más tarde uno de 3.000, en la carretera de Vigo y, en 1985, compran maquinaria para volver a fabricar, actividad que habían abandonado 15 años antes. «Años en los que ganamos mucho dinero como comercializadores de cepillos que fabricaban La Ibérica, la Concha o Mariño». Desde que compran las primeras máquinas, la empresa se dispara hasta convertirse en el líder indiscutido del sector en España.
La familia
La familia ha sido y es el núcleo alrededor del que gira la actividad empresarial y la andadura humana de Tito Barbosa. Desde que nace, está rodeado de abuelos, tíos, hermanos y primos. A lo largo de su vida, su padre, su madre -la persona que más le ha influido- su mujer, sus hermanos, sus hijos, sus sobrinos, han estado muy cerca compartiendo sus venturas y desventuras, sus éxitos y fracasos. Con 26 años, se casa con María Francisca, la que todavía es su esposa. «Una mujer, la mía, muy inteligente», hija de un fabricante de iluminación. Nunca trabajó en la fábrica de su suegro, «yo le decía que me había casado con su hija, no con sus bombillas, y que fábrica ya tenía yo una».
El viaje de novios lo hacen por toda España, en un Seat 600, a la vez que Tito va vendiendo cepillos. Recorren Galicia, Castilla, Andalucía, Levante… «Nunca hubo un viaje de novios más rentable». Pasa de vivir con sus padres y hermanos a vivir con sus suegros, lo cual le permite viajar durante semanas por toda España con la tranquilidad de saber que su mujer e hijos estaban bien atendidos y acompañados. En cuanto el negocio lo permite, compra un piso para sus padres y otro para cada uno de sus hermanos, pero él se queda con sus suegros hasta que fallecen.
En la empresa, siempre ha convivido con la familia, primero con su padre y tíos, luego con sus hermanos y ahora con sus hijos y sobrinos. Con 68 años, sabe que tiene que ir dejando paso a la siguiente generación, sus hijos, María José y Justino; y sus sobrinos, Celso y Susana. «Están bien preparados, son honrados y pueden llevar la empresa», pero reconoce que le cuesta delegar. Incluso habla de seguir diez años más para dar tiempo a que maduren y a que surja un líder que sea reconocido como tal por los demás. Aunque no lo explicita, seguramente espera que alguno haga lo que él hizo, enfrentarse a su padre y asumir el liderazgo de la empresa con el reconocimiento de sus hermanos. En la actualidad, María José lleva la gerencia; Justino, la dirección comercial; Celso, la fábrica y, Susana, la administración. Mientras tanto sigue teniendo a todos a su alrededor. Todos los sábados, por ejemplo, el matrimonio come con sus hijos y nietos.
La empresa
Para Tito Barbosa «lo primero es la empresa, antes incluso que la familia». La empresa es su trabajo y su hobby, «no he hecho otra cosa que trabajar y, como me gusta lo que hago, el trabajo es también mi afición». Incluso los sábados, se levanta a las siete de la mañana y va a su despacho a trabajar, come en familia y vuelve por la tarde a la fábrica. Por eso todo compromiso de los que le rodean le parece poco para la empresa. Y por eso, no piensa jubilarse a no ser que le obliguen.
Hoy, Barbosa tiene unas nuevas instalaciones que incluyen 22.000 metros cuadrados en una planta y un equipamiento sin parangón en Europa. Realizan el proceso completo, desde la inyección de plástico, el corte de la madera en bruto, el lijado o el pulido hasta el montaje robotizado de los diferentes modelos. «Tenemos una marca fuerte, reconocida en toda España, una alta rentabilidad, la más moderna tecnología de fabricación, y no debemos nada a nadie» dice con indisimulado orgullo.
Todo, eso sí, conseguido con muchísimo trabajo, inversiones constantes y una visión comercial que incluye un trato muy cercano al cliente: «Hay que estar con los clientes, verles en su casa, comprender sus necesidades y ayudarles a salir adelante. En Barbosa tenemos clientes que llevan con nosotros 50 años». Han empezado a exportar y ya presumen de que las calles carnavalescas de Río de Janeiro y medio Brasil se barren con cepillos Barbosa. «Hemos hecho alguna cosa en el mercado exterior, que va bien, pero tenemos que hacer muchas más cosas, porque podemos competir con cualquiera. Nuestro alto nivel de robotización nos permite mirar de tú a tú incluso a los chinos. Nuestra plantilla está muy ajustada y la productividad es muy alta».
La persona
Tito Barbosa no pasa desapercibido, aunque él no quiera figurar. Siempre ha sido bien parecido y viste como un pincel. Y sabe que tiene fuerza de sobra para arrastrar y convencer. No hay más que verle en sus stands de Ferroforma o de Eurobrico: observa, manda, lleva, trae, sirve, abraza, es todo un carácter. Reconoce que aprendió todo lo mejor de su vida en el seminario: a comer, la educación, los valores, en definitiva, a ser persona. Reza todos los días y es devoto de María Auxiliadora, pero a veces saca un genio infernal que infunde miedo, aunque «nunca lo saco con los clientes». Pero, sobre todo, es un sentimental. Cuando habla de su madre se le humedecen los ojos. «Era una persona extraordinaria. Era mi referencia en la vida». Cuando fallece, Tito está viajando, y eso le crea un sentimiento de culpa que le acompaña todavía y que le hizo visitar cada día, durante años, el cementerio y su tumba para hablar con ella.
Son famosos sus arranques de generosidad con clientes, amigos o simples desconocidos que se encuentran en dificultades. Y sus decisiones tajantes. Como cuando decidió dejar de fumar. «A mi hermano le detectaron una enfermedad y le diagnosticaron que era producto del tabaquismo. En ese mismo momento decidí dejar de fumar como un descosido. No he vuelto a tocar un cigarro».
Y su hospitalidad. Cualquier profesional que entra en el stand de Barbosa, en cualquier feria en la que participa, es agasajado como el mejor de los clientes. Pulpo, jamón, vino y licor café, todos de primera categoría, reconfortan al feriante, servidos por el mismo Tito o cualquiera de los miembros de la familia, quienes se desviven por agradar al visitante.
Y el valor de su palabra. Desde hace unos cuarenta años son socios de la firma portuguesa, Francisco Fernándes Güedes e filhos, y «no hay ni ha habido nunca un papel que recoja el acuerdo; valió y vale el apretón de manos que nos dimos don Francisco y yo».